Un derecho en caída libre
Se presentó en Zaragoza el Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo que elabora la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada. Un balance muy negativo: "La libertad religiosa agoniza. Es decir, agoniza el derecho a creer en Dios en libertad, sin imposición, sin discriminación, sin persecución. La libertad religiosa se vulnera en un tercio de los países del mundo y el 62% de la población mundial vive en países con graves violaciones a este derecho fundamental".
El Informe genera una profunda admiración hacia los creyentes que viven su fe en países donde muchas veces se juegan la vida. La libertad religiosa supone el derecho a elegir, a mantener o a cambiar de religión; un derecho humano en caída libre. Es un bien precioso y no un privilegio. Sirve de barómetro sobre cómo se respetan en un país otros derechos fundamentales, "de tal manera que, cuando falla, inevitablemente suelen quebrarse la libertad de expresión o la libertad de reunión".
Este estudio analiza la situación de la libertad de todas las creencias religiosas, en 196 países. De cada cuatro personas perseguidas en el mundo, tres son cristianos. Entre los países donde más ha empeorado la situación está Nicaragua. El gobierno de Daniel Ortega ha intensificado el acoso a los católicos. Primero se encarceló, expulsó y privó de la nacionalidad a políticos de la oposición y a muchos ciudadanos que molestaban. Cuando la Iglesia denunció la violación de los derechos humanos, el odio se cebó con los católicos.
La persecución de los cristianos es una crisis oculta. Organismos internacionales, gobiernos occidentales y las ONG enmudecen, con silencios que los convierten en cómplices. No es políticamente correcto denunciar esa violación sistemática. Entre los agentes activos de esta persecución están los gobiernos comunistas –China o Corea del Norte–, el extremismo islamista y los nacionalismos étnico-religiosos, como es el caso del nacionalismo hindú. Algunos países están afectados por dos de estas causas. El filósofo judío francés Bernard-Henri Lévy denunciaba que "la violenta fobia anticristiana que recorre el mundo no parece tener respuesta".
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