Aquella compañía en lontananza

Aquella compañía en lontananza
Aquella compañía en lontananza
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Me colé de refilón en el homenaje de las bodas de plata de un matrimonio conocido, fiesta compartida por muchos, concitada desde la naturalidad. Hacía poco, apenas unos días, que mi compañía y yo habíamos conmemorado algunos años más, mérito que yo aprecio y ella siempre se ocupa de cuidar. 

Por más que la pandemia, con todo ya preparado, nos hurtara los homenajes a nuestro cuarto de siglo cuando ultimábamos la celebración. O tal vez precisamente por eso.

Arropado por esa experiencia, atendí a las palabras de cada uno de los esposados, a sus agradecimientos mutuos, el cariño a sus hijos y su mirada al Cielo, pilar sobre el que se asentaba, como explicaron, su proyecto. A aquella estela fui yo también recorriendo los hitos de la normalidad de nuestra vida en común. Montaña rusa de emociones: del plácido discurrir de unos cuantos años al vértigo del terremoto inesperado que rompe de repente el ritmo uniforme del día a día. Temblores que encogen el alma, sostenida sobre esa misma fortaleza familiar.

Alegrías orgullosas de recordar y penas escondidas en el doble fondo del alma que dan forma a ese natural discurrir de vida; el que no se cansa de aportar la chispa que prende de sentimientos el devenir diario. Aunque no siempre se disfrute de la oportunidad de crecer en compañía. Porque hay duelos dolorosos que truncan futuros; y nexos enredados en propuestas sin futuro, sin más allá. Sin pasado ni presente. Surgidas del sinsentido. Que dejan una estela de penas a veces irreversibles, cicatrices de surco profundo también entre los más cercanos.

El avance del tiempo entrega el poso del valor de lo recibido y la perspectiva de la dimensión de los años, de esa ruta asfaltada día a día para alargarse a lo largo de las décadas. A ejemplo de tantos y tantos. La cabeza se entrega a paseos por entre las páginas ya amarillas de historias recuperadas del pasado y desgastadas por la memoria. Mientras, el corazón rescata los sentimientos surgidos a borbotones cuando merece la pena mirar atrás. Y agradecer aquella compañía descubierta cada día un poquito más allá, en lontananza.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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