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Gente abrigada para protegerse del frío y del cierzo esta semana en el paseo de la Independencia de Zaragoza.
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M.O.

Desde hace meses, en días laborables y festivos, el conjunto es parte del paseo. Lo constituyen un equipo de cuatro personas, que van cambiando, según creo, por turnos de media jornada, y tres carretillas metálicas de mano, tuneadas como expositores de folletos.

Cada uno de estos artilugios rodantes mide, aproximadamente, un metro y setenta centímetros de altura, medio metro de anchura, y algo menos que esto último de profundidad. En su parte superior figuran las siglas en inglés de una confesión cristiana.

Normalmente, el grupo se apropia durante gran parte del día de un lateral donde el paseo se amplía, manteniendo una actitud pasiva. Sus componentes, de ambos sexos, charlan entre ellos, parapetados tras los expositores, mientras la gente pasa de largo. Sin embargo, en aquella ocasión, el relevo vespertino, en lugar de seguir la mencionada rutina, se trasladó al centro del animado andador, bloqueándolo considerablemente. Ante esta actuación tan abusiva, mi irritación se vio templada por un desahogo. Por fin, una excusa.

Al acercarme, se adelantó un hombre trajeado de mediana edad. Le tendí la mano, y él, nada más estrecharla, sin darme tiempo a decir nada, me mostró un folleto, sin entregármelo. "Caballero, aquí se explica cómo tener una familia feliz", dijo. Derrotado por esta gran cuestión, muy superior a lo que yo pensaba argumentar sobre el espacio público y los derechos peatonales, solo balbuceé "gracias, discúlpeme, tengo prisa". Al escabullirme, reparé de reojo en tres chavales sentados en un banco. Testigos del suceso, me miraban jocosos y burlones.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Javier Usoz)

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