Una libra de perlas

Inauguración de la exposición permanente sobre Ramón y Cajal en el Paraninfo de Zaragoza
 Ramón y Cajal. Paraninfo de Zaragoza
Francisco Jiménez

Debe ser cosa de la contemporaneidad que no sea fácil encontrar hoy continuadores de la estela deslumbrante de grandes figuras aragonesas. O es un efecto indeseado del presente, que nos impide medir adecuadamente sus méritos, o verdaderamente asistimos a una cierta decadencia en esa consagrada nómina que incluye a Goya, Servet, Gracián, Cajal, Sender o Buñuel. 

La experiencia nos dice que, entre nosotros, esos reconocimientos han resultado a veces costosos, revelando ingratitudes o más bien desidias, que es un vicio social frecuente.

No sería justo, desde luego, obviar a quienes hoy descuellan en las artes, las ciencias u otros ámbitos. Los hay de probado prestigio, pero cabe preguntarse quién de todos ellos merecerá un museo o un espacio como el que la Universidad de Zaragoza acaba de dedicar a Ramón y Cajal. Uno puede resignarse pensando que para llegar a eso han transcurrido exactamente 89 años y 8 días desde la muerte del Nobel, pero lo cierto es que Cajal, que en sus últimos años paseaba por el Retiro y leía el Heraldo, disfrutó de fama y gloria en vida. Baste decir que la magnífica estatua que preside las escaleras del Paraninfo fue encargada a Mariano Benlliure cuando Cajal tenía 70 años.

Una onza de buena fama vale más que una libra de perlas, dice Cervantes en ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’. Pero además de los méritos, en los asuntos del reconocimiento social no puede ignorarse la importancia de las circunstancias e incluso de la suerte. De ahí el consabido carácter caprichoso de la fama. El pormenorizado análisis que permite nuestra época ha generado, incluso antes de la cultura de la cancelación, nuevos obstáculos en la conquista de una fama incontestable. Por eso es más fácil alcanzarla entre los muertos.

Ha de haber en la historia, con seguridad, muchos hombres y mujeres de grandes méritos que han sido olvidados. Y en ese sentido el carácter efímero de la fama, que interpela mucho antes a la sociedad que al famoso, ha de tomarse como un justo consuelo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Alejandro E. Orús)

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