Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Esto ya me lo olía yo

Esto ya me lo olía yo.
Esto ya me lo olía yo.
H. A.

La memoria olfativa es poderosa. A veces viene acompañada de una sensación exacta, un instante muy concreto en el que fuiste sumamente feliz o desgraciado. Otras veces se trata simplemente de un recuerdo sostenido, que se repitió varios años y con el que te reencuentras al cabo de tiempo: una bofetada de nostalgia que se asocia a cierto aroma, irrepetible hasta para un moderno Grenouille. Mi Zaragoza tiene muchos:uno que no se me borra es el de hojas secas tostadas al sol de otoño, el olor de la vuelta al cole. Otro, el de la hierba de los campos de fútbol tras una lluvia los sábados por la mañana, mezclado con réflex. 

Más. Las flores en el manto de la Virgen el día de la Ofrenda, claro. El del cloro de la piscina de mi colegio, que me lleva a una partida de escoba a las cartas o un minibasket con esos colegas que aún mantengo. El fregote con S3 en el cuello al salir de la bañera en nuestro piso encabalgado entre la Romareda y Casablanca, los petardos que no se podían encender en el jardín y que encendimos en el jardín, la absenta que me dejó K.O. en el suelo del Dulcinea porque alguien me había dicho que era la bebida de los poetas, yo que no rimaba ni en consonante ni en asonante. 

Este fin de semana, Zaragoza olía a cosas bonitas: a solidaridad con gente que sufre (qué terrible es la violencia en general, y qué nauseabunda cuando es todo un gobierno el que la ejerce), a sororidad sin adjetivos, a familia, a un buen vermú. El olor de multitudes mezclado con el de petit comité, el ‘multité’. El perfume a reflexión, a ilusión, a comprensión, a forja de nuevos recuerdos que evocaremos cuando seamos más viejos. La fragancia de la vida que pasa, de lo que se posa, de lo que ya no se irá.

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