Por
  • Andrés García Inda

El contexto

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El contexto
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Cada vez que me pongo a escribir estos artículos me viene a la memoria aquel brillante y contundente aviso a navegantes que un Josep Pla jovencísimo esculpió en ‘El cuaderno gris’: "El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina". 

Es recordarlo delante del teclado y empiezo a hiperventilar, porque no se trata de un asunto meramente estético o puramente literario, sino que tiene que ver con la noción misma de verdad. Ni que decir tiene, sin embargo, que a renglón seguido, y dada la dificultad de la empresa, yo me pongo a opinar. Me consuela pensar –necio y vano consuelo– que el mío es un mal de muchos, como escribía el mismo Pla, y que además como soy consciente de mi limitación no trato de hacer pasar gato por liebre. Y habrá también quien piense, a mi favor, que mi preocupación resulta excesivamente escrupulosa cuando de lo que se trata precisamente es de escribir en una tribuna de opinión. Pero incluso en estos casos entiendo que, a mi pesar, el buen lector sabe distinguir el grano de la paja, esto es, el análisis de la soflama, o la reflexión de la prédica, casos estos en los que el autor suplanta a la realidad que describe y trata de convertirse en el auténtico protagonista de lo escrito. Aunque, en cierto modo, el éxito casi siempre ha consistido en conseguir hacerlo así sin que lo parezca, presentando como una sesuda aproximación a la realidad lo que no es sino un burdo esfuerzo por encajar a esta, a golpes, en las escasas y estrechas categorías de quien la interpreta. Hay epítetos, por ejemplo, que por su simplicidad y su abundancia califican más a quien los escribe que a aquello sobre lo que se escribe.

En nuestro tiempo, una curiosa forma de hacer pasar lo uno por lo otro –la simplicísima y a menudo simplista opinión personal como una audaz e inteligente descripción de la realidad– consiste en recurrir o apelar al contexto. Es más, en tales casos la contextualización incluso se convierte en una paradójica forma de opinar sin necesidad de expresar la propia opinión, cuando ésta nos puede perjudicar por resultar minoritaria, comprometida, incómoda o simplemente estúpida. El recurso al contexto deviene así en el mejor disfraz para ocultar nuestros propios prejuicios, o para no parecer simplemente idiotas, con el inconveniente de que, en lugar de enriquecer nuestra percepción sobre la complejidad de la realidad, la distorsiona y simplifica.

En ocasiones, la apelación al ‘contexto’ para enmarcar una información, en lugar de contribuir a explicar mejor la realidad, se utiliza para colar de matute las propias opiniones interesadas, disfrazadas de un ‘contexto’ cuidadosamente seleccionado

Vean, si no, dos ejemplos muy recientes de esa peculiar labor de ‘contextualización’, absolutamente embebecientes. El primero, el que algún medio periodístico hizo hace unos días a propósito de la imagen de la Princesa de Asturias saludando a sus compañeros de armas en el día de la Fiesta Nacional. Era, por partida doble, una bella escena de camaradería: por lo juvenil y por lo castrense. Sin embargo, incapaces de comprenderla (y por lo mismo de describirla), algunos intuyeron en ella alguna otra suerte de conjura y decidieron indagar en la vida privada de uno de esos jóvenes cadetes, al parecer el más sonriente (y tal vez por eso). ¿Por qué él, y por qué no otros? El resultado era, al parecer, aterrador: un hijo de familia numerosa y "ultracatólico", para más inri (‘ultracatólico’ por cierto es uno de esos epítetos que definen más al que lo utiliza que a lo que define). El otro ejemplo podría ser el perfil aparecido en los medios nada más conocerse el finalista del premio Planeta: "Un joven desconocido defensor de Ayuso", rezaban algunos titulares. ¿Realmente es eso lo que mejor describe a un escritor recién galardonado?, ¿o más bien describe al periodista que lo escribe? Algún otro especialista de la información, aún más aguerrido en esa esforzada labor de contextualización, nos ayudaba a entender mejor los entresijos de la realidad contándonos en las redes chismes casi decimonónicos sobre ¡el hermano del bisabuelo! del escritor, como una forma de denuncia de no se sabe muy bien qué. Algún tuitero comentó dicha información diciendo que podía aspirar al premio ‘vieja del visillo’, galardón que tal vez, añadamos nosotros, podría disputar con el autor de la primera información. No en vano, las ‘viejas del visillo’ son seguramente las mejores especialistas en opinar contextualizando. Y nuestro mundo está lleno de ellas. Discúlpenme si yo mismo en alguna ocasión me comporto como tal, opinando a troche y moche y sin esforzarme en describir, que diría Pla. Es que es realmente difícil.

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