Funcionaria funcional
Hay profesiones, muchas, que premian a quienes ejercen los siete pecados capitales. Triste, pero palmario. Uno de los siete es la pereza, del que no nos libramos nadie y que parece el más venial de ellos. La pereza lleva a trabajar con menos eficacia y, por ende, a perjudicar a la ciudadanía cuando se ejerce, ya sea en una tarea de cara al público o desde la soledad de una pantalla en una oficina sin ventilación. Si esa persona perezosa trabaja en la Administración y su puesto no corre peligro, el resultado es la impunidad ante la ineficacia, los malos modos, esos famosos cafés de dos horas y el desdoro para la imagen de sus compañeros. Por eso resulta especialmente agradable toparse con gente que desempeña su función pública con vocación de servicio, amabilidad y entrega, más allá de sus obligaciones directas: así ocurre en Zaragoza con las responsables de Ayuda a la Dependencia en el edificio de la plaza del Pilar.
Concretamente te hablo a ti, majísima ciudadana a la que visité hace apenas unos días; revisaste todos los papeles con esmero, buscaste una alternativa viable para el único que estaba mal firmado, recomendaste pasos idóneos para garantizar servicios y evitar pasos en falso o problemas futuros, me preguntaste por la salud de mi padre más allá de la mera revisión de categoría y sí, sonreíste, redefiniendo la cara de lunes hasta trocarla en rostro de viernes, el viernes de The Cure y Niños del Brasil. Estoy seguro de que la gente que tienes alrededor en la vida se alegra diariamente de haberte encontrado. Muchísimas gracias.