Por
  • Pedro Rújula

Expo

Pabellón de Aragón de Expo Zaragoza 2008.
Pabellón de Aragón de Expo Zaragoza 2008.
José Carlos León

Aquel verano de 2008 fue diferente. La ciudad estaba trastornada entre el murmullo de los visitantes y la emoción de los locales que se sabían el centro de las miradas de medio mundo. 

Era tiempo de estreno, porque estábamos descubriendo una dimensión soñada de nosotros mismos en la que se mezclaban la voluntad cosmopolita que siempre habían tenido las exposiciones universales con la idea de proyectarse colectivamente hacia el futuro convencidos de estar viviendo un momento histórico.

De todo esto han pasado quince años. Me lo ha recordado la lectura de ‘Una vida a larga distancia. Memorias de un juez y político independiente’ escritas por el que entonces era alcalde de la ciudad, Juan Alberto Belloch. Siguiendo las dificultades para conseguir los apoyos que hicieran prosperar la candidatura, contemplando la complejidad técnica del proyecto que tenía que ser desarrollado en el reducido plazo de tres años y medio, tomando conciencia de la confluencia de voluntades políticas que fueron necesarias para llevar adelante la empresa, percibiendo el orgullo colectivo de haber realizado algo que parecía estar muy por encima de las posibilidades de una ciudad como Zaragoza, es difícil no preguntarse por los proyectos de hoy, por dónde están los sueños de los zaragozanos, por cuál es la ciudad en la que desearían vivir, por cuál es el nuevo espíritu, más allá de las terrazas que lo inundan todo y de las calles sin sombra, que les permitirían imaginarse en el futuro mejores y más felices.

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