Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Aprender y aprehender

Vickie el Vikingo, un genio.
Vickie el Vikingo, un genio.
H. A.

Siempre que tengo la fortuna de toparme con la genialidad, o lo que yo entiendo como tal, corroboro una teoría que lleva camino de quedarse grabada en el motor viscoso que agita mis venas: la gente más interesante y genial es maja. Tras este punto y seguido me parece escuchar un carraspeo en polifonía: "Sí por cierto", como decía Agapita la de las Cinco Villas, mi tía abuela. Esa teoría mía descarta la genialidad de la gente indeseable y, por tanto, será rebatida, sobre todo en tierra tan somarda como la nuestra. 

Todos conocemos personas pretendidamente geniales e insoportables, seres cuyo hiperbólico ego les impide respetar el talento ajeno, en un bucle onanista que les lleva a compararlo con el rizo rizado de sus ombligos. Gente que resopla brevemente antes de explicar algo, y no se molesta en disimular el hastío que le supone regalar su sabiduría a esa insulsa criatura que le cuestiona un juicio de valor o no sabe qué hacen los lores con sus pelucas cuando los comunes se tiran de los pelos en la Pérfida Albión: tonterías que al ‘genio’ le parecen importantísimas. 

Pero es un genio, te dicen; toca muy bien el piano, hace multiplicaciones de diez dígitos en dos segundos, sabe recitar la tabla periódica de los elementos hacia atrás y no se le escapa ninguna arista de la geopolítica. Pues no. Las gentes geniales que a veces me topo son amables, saben escuchar, no avasallan con su habilidad o conocimiento, que usan para hacer felices a los demás; no calculan el costo de su generosidad, no se creen el último granizado de la playa. Identificarlos es fácil: tienen (o se les harán) las arrugas en las contracurvas de la sonrisa.

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