Por
  • Julio José Ordovás

Polos de naranja

Imágenes del funeral de Silvio Berlusconi en Milán.
Imágenes del funeral de Silvio Berlusconi en Milán.
Agencias

Este es un país de bambis". Habla Michel y sonríe. Sonrisa caníbal, pienso para mis adentros, y le doy un trago al whisky. Es japonés, carísimo. Michel se ha empeñado en que tomáramos ese whisky y mejor no llevarle la contraria, a fin de cuentas paga él.

"El dinero es solo un concepto. Si no entiendes esto, amiguito, nunca saldrás de pobre", me dice. Es evidente que a Michel le doy pena. Cuando le he dicho, para joderlo, que a mí todos los whiskies me saben igual, me ha lanzado una mirada de desprecio y entonces he sido yo quien ha sonreído.

Nos conocimos en la cafetería de la Facultad de Derecho. Ni Michel ni yo éramos buenos estudiantes, pero él tenía madera de triunfador, se le notaba en la sonrisa, en la gestualidad, en los puños de las camisas y en la forma que tenía de caminar. Su ídolo de entonces era Mario Conde. Hablamos del todopoderoso banquero de la gomina y de Berlusconi, dos tipos que fueron iconos de una época gracias, sobre todo, al control que ejercieron sobre los medios de comunicación.

Ambos coincidimos en que la muerte de Berlusconi está a la altura de su personaje. Solo los italianos tienen ese sentido del espectáculo. Ningún equipo de guionistas puede superar un final así. De camino al hospital para un control rutinario, Berlusconi ordena al chofer que se desvíe para poder contemplar la primera gran urbanización que construyó, la piedra angular de su gigantesco imperio. Le acompaña su última mujer, más de cincuenta años menor que él, que le riñe maternalmente para que deje de comer polos de naranja y él excusándose: pero si solo es agua… Un final infinitamente mejor que el de ‘Los Soprano’.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión