Por
  • Celia Carrasco Gil

San Juan

Hoguera de San Juan en el parque Bruil de Zaragoza.
San Juan en el parque Bruil de Zaragoza.
José Miguel Marco

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado del día más largo y la noche más corta del año, esa gruta abisal a cielo abierto donde la creación comienza furtiva como descarga de una chispa que se oxigena en llama. Ahí, en torno al fuego, nació el verbo, el espacio ritual de todo cántico, la imagen de otras vidas aún posibles donde la arcilla se cocía en gesto pétreo al tiempo que el cultivo de las letras en el humus todo lo fecundaba. 

Así, entre humanidades y culturas, allende las fronteras impuestas que la naturaleza no alcanza a comprender, lenguas de fuego dicen que el verdadero hogar reside en la palabra, en la voz proyectada entre personas, que no entiende de límites ni de diferencias, sino que unifica como el puente que al tenderse entre tierras extranjeras salva a un mismo tiempo ambas orillas del abismo de la nada.

En el solsticio, a la espera del día, la vida se dispone en su atención y se hace el cuerpo celeste en su escucha de los astros. La carne se concede al firmamento, tal vez detenida en cierto saber antiguo que aguarda con paciencia algún punto de luz que reverbere al dejarse atisbar en lo más alto. Así la poesía, que renueva su forma en cada ciclo. Así también los saltos de la hoguera en qué reverdecer de las miradas. Así los elementos —agua, humus, fuego y voz— que nos crepitan, como ya anticipara cierto poeta que falleció en junio, que pese a todo, y aunque auguren malos tiempos para la lírica, nos seguirá quedando la palabra.

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