Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Carpanta, ese gurú

Carpanta, ese gurú
Carpanta, ese gurú
Colección Magos del Humor

No hacen falta gráficas de pastel para saber que la valoración y recuerdo de un destino vacacional mejoran cuando la experiencia culinaria (que es cultura, ojo) iguala o vence a la paisajística. Un fenómeno aún más palpable después de muchas vueltas al sol. "Comimos bien", decía a menudo el columnista Javal en estas páginas cuatro décadas atrás, bajo un encabezamiento que rezaba ‘El que come, escapa’. 

Un refrán que mi cabeza de crío evocaba a Sing Sing y Alcatraz, y que con los años he ido situando más bien en la órbita metafórica: escapar del desaliento, liberar endorfinas, ayudar al cerebelo en su trabajo como timonel de las funciones motoras. Con el tiempo, además, se disfruta por igual de originales y versiones: el plato típico de la tierra no compite, saluda con afecto a la versión local de la receta universal. El tartar de cordero con aroma de merguez (chorizo picante bereber), bulgur y menta que sirven el Zou Zou de Nueva York no trata de batirse en duelo con su primo marroquí: conviven. El chuletón del Balcón del Pirineo en Buesa es maravilloso y no apetece ponerlo a echar un pulso con otros: la base de la felicidad es compartir la buena nueva, no rivalizar con experiencias ajenas. Y sí, el té de manzana y la baklava que sirven en cualquier tienda del Gran Bazar de Estambul mientras tratan de venderte alfombras sabe mejor que el que haces luego en tu casa, con la tetera y las tazas que compras en la misma tienda, y un sancocho criollo tiene el gusto que nunca sabrás encontrar en tu cocina. Comer y beber bien por el mundo es felicidad, suerte y si se tercia, aullido de placer.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Pablo Ferrer)

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