Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Sonrisa en el día después

Ambiente en la XXX Feria del Libro de Zaragoza.
Ambiente en la XXX Feria del Libro de Zaragoza.
Oliver Duch

Ayer acabó la Feria del Libro de Zaragoza. Lo hizo triunfante, además; sobre las inclemencias del tiempo, que se aventuraban castigadoras y decidieron que mandase el sol, y sobre la pereza de la ciudadanía, que se animó a la excursión. Pasear entre las casetas, asistir a las actividades de la carpa principal, deleitarse con ese fascinante espacio llamado Kiosko de los Libros y redondear la tarde al raso con música en el Jardín de Invierno es un menú que hubiera hecho sonreír un poco a Labordeta, en cuyo parque se ha desarrollado la fiesta del papel tintado. 

Más que hacer balance, lo que pide el cuerpo es celebrar un hecho palpable:las generaciones jovencísimas leen más de lo que pensamos. Y no se conforman con lo primero que cae bajo sus ojos;el sábado pasado pude escuchar con inmensa alegría un debate entre tres hermanos sobre una novela ilustrada, con la idoneidad del tono como punto de discusión. Demasiado infantil, decía uno, que andaría por los 10 años, mientras su hermana mayor (no pasaría de los 12) le decía burlona que la edad es un número. La pequeña, que no pasaría de 6 primaveras, apuntaba muy seria que 12 tenía ya dos números. En esa casa se lee, pensé; seguro que también hay tiempo pantallero, pero ese tipo de retranca a varios niveles de inocencia denota una educación fina. Sigo pensando que el gran tesoro de la lectura no es el entretenimiento, que también, sino la capacidad instantánea de plantar la semilla de la curiosidad en quienes adquieren el hábito de manera orgánica, sin esas imposiciones (si lees, móvil; si no lees, nada) que nos tientan a los padres por aquello de que nuestro churumbelerío sea ‘culto’:algo tonto, pero no tanto. Que lean, aunque sea al buen tuntún.

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