Por
  • M.ª Pilar Benítez Marco

Baños de bosque

Moscardón, en la Sierra de Albarracín, comarca donde tiene lugar un proyecto de bosques terapéuticos.
Baños de bosque
Laura Uranga

Resulta curioso que las actividades cotidianas de nuestros antepasados, pero a menudo olvidadas en la sociedad actual, retornen como modas o tendencias bajo el nombre de la cultura que las ha conservado y las ha puesto en valor. 

Pienso, por ejemplo, en la práctica japonesa del ‘Shinrin Yoku’, cuyo significado literal es ‘absorber la atmósfera del bosque’ y que suele traducirse por ‘baños de bosque’.

El ‘Shinrin Yoku’ no es sinónimo de un pícnic en un merendero al aire libre ni tampoco de una ruta senderista, aunque ambas prácticas resulten muy gratificantes. Se trata de sumergirse en la naturaleza sin prisa, sin querer llegar a un lugar concreto ni realizar un gran esfuerzo para alcanzarlo. Solo hay que sentir ese espacio natural y escuchar, contemplar, oler, palpar, saborear su silencio profundo, salpicado de sonidos, de formas, de texturas, de colores, de luz, de aromas, de nosotros mismos.

Era lo que hacía mi abuela cada tarde, cuando terminaba sus múltiples tareas y me decía que fuéramos camino de la fuente. Casi nunca llegábamos a tal fuente, porque nos entreteníamos soplando vilanos de cualquier diente de león o diluyendo en la boca una fresa silvestre o escuchando los cantos de los pájaros o echándonos sobre uno de los fenales que cortejaban la senda o midiéndonos sobre la piel rugosa de un viejo ‘caxico’. Nunca le pregunté por el nombre de la experiencia. Pero debí de hacerlo porque lo que no se nombra parece que no existe y porque la palabra ayuda a ser y a permanecer.

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