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El déficit de naturaleza

Inauguración del Jardín de la Paz en la Aljafería.
Jardín de la Paz en la Aljafería.
Oliver Duch

A pesar de la sequía, la abubilla ya lleva semanas cantando por estos lares, después de pasar el invierno en el África subsahariana. "Cu, cu, cú…", su repetitivo canto es reconocible, como su vistoso plumaje canela o rojizo tocado con un penacho que abre como un abanico. Pero mejor no acercarse a ella porque destila un desagradable olor. Paseando estos días por el campo es fácil encontrar la cáscara de un huevo verdoso por el que ha salido un mirlo a la vida. Este ave es uno de los grandes dispersores de semillas para extender plantas, arbustos y árboles por doquier.

Se ha descrito un trastorno denominado de déficit de la naturaleza, y tal vez sea ese el motivo por el que, cuando llega la primavera, algunas personas que viven en la ciudad y son especialmente sensibles (absténganse alérgicos al polen) necesitan cubrir de plantas sus casas o buscan oasis en forma de parque para evadirse del duro cemento. Los estudios de este trastorno en niños han desvelado que el contacto con jardines o cualquier lugar abierto a la naturaleza permite que desarrollen mejor sus habilidades sociales, mejore su estado de humor y no presenten estrés psicológico.

Si se aguza el oído, en algunas calles arboladas del centro de la ciudad también es posible escuchar el trino de aves. De hecho, se ven obligadas a cantar más alto de lo normal para entenderse con sus semejantes por encima de los decibelios de los vehículos a motor, las obras y otros ruidos que provoca la fauna urbana. Este 26 de abril es el Día Internacional de Concienciación sobre el Ruido. La contaminación acústica afecta negativamente a nuestra salud. No hagamos gritar a los pájaros. 

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