Los que se van, los que se quedan

Último pleno de la legislatura en las Cortes de Aragón.
Los que se van, los que se quedan
Guillermo Mestre

Dos partidos políticos, uno joven y el otro veterano, se derrumban en Aragón ante nuestros ojos. Y aun visto desde fuera, el espectáculo resulta dramático. Desde dentro, imagino que mucho más. Viendo el naufragio inminente e inevitable, algunos se van, cambian de nave. 

Supongo que entre quienes hacen transbordo los habrá que simplemente se buscan la vida, en el sentido literal, las habichuelas. Que tengan suerte, si es que la merecen. Pero también hay otros, estoy seguro, que, pudiendo regresar sin sobresaltos a una vida profesional más tranquila y probablemente mejor remunerada, cambian de partido –pienso que no tanto de chaqueta– con el ánimo de seguir desarrollando una sincera vocación política desde una plataforma ideológicamente próxima a la que dejan. No creo que haya que ponerles objeciones. Es legítimo, es comprensible y puede permitir a la sociedad conservar un valioso capital político. 

Pero si unos se van, otros se quedan. Se quedan a bordo de la nave que zozobra y aun se suben al puente. Y estos, qué quieren que les diga, casi producen admiración. No quieren ser los primeros ni los segundos en abandonar el barco, ¿seguirán luchando contra los elementos hasta el último minuto? De un tiempo a esta parte, hemos denigrado tanto a los políticos que corremos el riesgo de convertir en imposible una actividad necesaria para la democracia. No faltan razones para la crítica, pero sin duda hay también muchos hombres y mujeres que han invertido en su trayectoria política grandes dosis de esfuerzo y de ilusión. Ver que todo eso se desmorona tiene que ser terrible.

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