A merced del ibuprofeno

A merced del ibuprofeno
A merced del ibuprofeno
Pixabay

El sello de la veteranía contribuye a ahondar, en situaciones adversas, en el valor de quien de verdad te quiere y en su poso. Y en apreciar el mérito asentado de comprenderle a uno cuando se encuentra aliado con lo insoportable.

Se desgasta la vida en mil situaciones profesionales, sobre todo, y personales en las que se pone a prueba la solidez del carácter y se erosionan los cimientos de la personalidad, asaltados por circunstancias singulares: vaivenes que hacen trastabillarse la estabilidad y que obligan a alimentar la paciencia de los más cercanos.

Es ahí, en la firmeza de la familia, donde adquieren sentido comprensiones que se abren en abanico para abarcar los más variados estados de ánimo, vinculados en muchas ocasiones al sencillo discurrir del día a día. A mí se me abre un abismo –pequeño– cuando he de enfrentarme a uno de esos procesos catarrales que no adquieren del todo forma de enfermedad: trancazos con apenas unas décimas de fiebre que no impiden llevar a cabo una vida más o menos normal, pero que obligan a depender del ibuprofeno, el paracetamol y un carruaje de pañuelos de papel. Estado por el que merodeo entre dos y tres veces cada año. La última, hace apenas unos días, con su momento central en un fin de semana.

Deambula uno con la cabeza perdida, sin noción del espacio y escasa percepción del tiempo, absorto en un mundo en el que no es capaz de darse cuenta de casi nada. Se le apodera el cansancio y al llegar a un sofá escucha conversaciones lejanas a las que se siente incapaz de atender, mientras se pregunta si le obligarían a intervenir, por más que le resulte imposible.

Se aparca el sentido del gusto, después de haber perdido el del olfato, se oye con dificultad y pican los ojos, supongo que también por efecto de los medicamentos y la necesidad de descargar la nariz.

E inmerso en las pinceladas de semejante cuadro, siento sin reparos la caricia previa al beso de un alma cercana, repleta de paciencia ante mi errático comportamiento. Que ya sabe que mentiré cuando me pregunte de verdad: "¿Qué tal te encuentras?".

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