Contacto con lo real

Las inteligencias artificiales, advierten algunos, podrían dominarnos.
Las inteligencias artificiales, advierten algunos, podrían dominarnos.
Gerd Altmann / Pixabay

El fin del mundo, o como poco el de la civilización humana, no vendrá como consecuencia de una guerra nuclear ni de la caída de un meteorito ni del cambio climático ni siquiera por una efemérides del calendario maya, sino por culpa de la inteligencia artificial. 

Eso se deduce al menos de varios manifiestos que circulan por ahí, firmados por científicos, intelectuales y hasta filósofos que nos advierten del grave peligro en que nos ponen esos novedosos programas de ordenador capaces de escribir discursos y generar imágenes. La cosa es seria. Y no digo que no tengan razón, no lo sé; cuando tanta gente sensata está preocupada y hasta pide que se paren las máquinas, algo debe de haber. Pero tantos espantos como se nos acumulan acaban agotando la moral del más pintado. Así que mientras esperamos a que Chat GPT y sus descendientes nos sometan a su matrix o a su metaverso, me alivia leer lo que escribía el viernes mi compañero Christian Peribáñez: «Crear estampas falsarias no es nuevo ni tampoco es razón para poner el grito en el cielo». Recordaba Peribáñez que ya hubo hace cien años inteligencias humanas maquiavélicas que destacaron en esa clase de manipulaciones; Stalin, sin ir más lejos. Y como antídoto para distinguir lo ficticio de lo real, recomendaba confiar «en la palabra, en la verdad y en los medios de comunicación responsables». Se me ocurre además que tal vez el auge de las inteligencias artificiales sirva para revalorizar el contacto directo con la realidad, algo que, entre chips, bits, bots y pantallitas, quizás tenemos un poco descuidado. El mundo, sin intermediarios electrónicos, tiene su encanto. Mientras dure, claro.

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