Por
  • José Tudela Aranda

Sobre la fugacidad

Protestas por la muerte de Masha Amini en Estambul.
Protestas por la muerte de Masha Amini en Estambul.
Sedat Suna

Estos días se conmemora el aniversario de la invasión de Ucrania por el ejército ruso. Por esta razón, la guerra ha recuperado protagonismo. Se pueden leer crónicas, pronósticos y balances. 

El aniversario ha vuelto a convertir en noticia lo que no había dejado de serlo desde que sonaron los primeros disparos. Hace apenas dos semanas un intenso seísmo sacudió la tierra de Turquía y Siria. Durante algunos días, el terremoto fue noticia en todos los medios. La magnitud del seísmo y sus consecuencias tuvieron la lógica respuesta mediática. Poco a poco, las informaciones sobre el seísmo se han diluido. Ni siquiera la confirmación de que la cifra de fallecidos asciende a un número difícil de imaginar ha sido noticia relevante. En Irán, la situación no ha cambiado desde que las primeras mujeres y hombres salieron a la calle para protestar por el asesinato de Mahsa Amini. Las protestas ponían de manifiesto la grave situación de los derechos y libertades en la autocracia iraní y, en general, una situación social insostenible. Hoy, a pesar de que dos españoles permanecen encarcelados en el país, la represión de los ayatollahs ha desaparecido de los medios.

Las noticias son, por definición, efímeras. Por relevantes que sean, desaparecen de nuestras conversaciones

No mucho mejor es la situación en Nicaragua desde hace ya bastantes años. Un régimen totalitario ha ocasionado centenares de muertos y el encarcelamiento de todos aquellos que han levantado la voz para denunciar las tropelías de la pareja Ortega/Murillo. Normalmente, nadie recuerda la realidad del pequeño país centroamericano. Tiene que suceder un suceso extraordinario como la retirada de nacionalidad a varios centenares de personas, incluyendo relevantes personalidades, para que sea noticia. Normalmente, domina el olvido. Si miramos al otro lado del mundo, podremos comprobar como en Afganistán la situación cambia cada día a peor. Los talibanes tardaron poco en quitarse el velo de la moderación y mes a mes radicalizan el régimen hasta despojar a la mujer y, en general, a todos los ciudadanos de los derechos más elementales. En cualquiera de los lugares mencionados, todos los días sucede algo relevante.

Los ejemplos podrían continuar. Se acumulan. Las noticias son, por definición, efímeras. No importa su transcendencia. Por relevantes que sean, desaparecen de los medios, desaparecen de nuestras conversaciones. Incluso en los supuestos en los que su vigencia provoca efectos cotidianos sobre nuestras vidas. Es tentador adjudicar la responsabilidad de tanto olvido a las características de un tiempo dominado por la intensidad y velocidad a la que suceden los cambios. Un tiempo dominado por una frivolidad favorecida por las dinámicas de las redes sociales y unas transformaciones que convierten la estabilidad en algo más propio del pasado que del presente. Pero sería un diagnóstico erróneo. La fragilidad de la memoria colectiva es una constante en la historia. Pero que lo sea no impide que sea necesario reflexionar sobre ello.

La fragilidad de la memoria colectiva es una constante en la historia, pero que lo sea no impide que sea necesario reflexionar sobre ello

Es inevitable que cuestiones objetivamente relevantes sean relegadas con cierta celeridad. Sin ánimo cáustico, suceden demasiadas cosas importantes como para que ello no sea así. Además, en ningún tiempo hemos dispuesto de más información que en la actualidad. Todos los días acontecen un número considerable de hechos destacados y tenemos noticia de la práctica totalidad. Mi llamada de atención no es sobre estos sucesos. Mi mirada se dirige a aquellos que pueden ser calificados como extraordinarios, al modo de los enumerados al principio de estas líneas. Sucesos que causan el sufrimiento de miles sino millones de personas. En este caso, es incluso comprensible que con cierta celeridad abandonen las portadas de los medios y desaparezcan de nuestras conversaciones. Pero ello no debería significar olvido. El recuerdo de la tragedia que los acompaña debe permanecer vivo. Todos estamos comprometidos. Los ciudadanos debemos tener conciencia de unas tragedias que, también, reflejan nuestra fortuna. Los distintos poderes, nacionales e internacionales, porque cada una de esas tragedias implica un mandato de actuación constante.

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