Penúltima mascarilla

Con la recuperada libertad de viajar sin mascarilla en autobuses, tranvías, trenes, etcétera, acabamos de dejar atrás el penúltimo peldaño de la desescalada pandémica (¿se acuerdan del término ‘desescalada’?). 

El último, el uso obligatorio de mascarillas en los establecimientos sanitarios, aún tardaremos seguramente unos meses en superarlo, pero –salvo nuevos caprichos del coronavirus– podemos pensar que la pandemia, en cuanto a su capacidad de trastornar la vida social, ha terminado. Este podría ser por tanto un buen momento para plantearse si hemos asumido las famosas ‘lecciones’ de la pandemia y si podemos o no estar seguros de que la próxima nos pillará mejor preparados de lo que estábamos en la primavera de 2020. Porque lo que es seguro es que habrá otras epidemias y que alguna de ellas, esperemos que dentro de muchos años, puede volver a ser tan grave o peor que la de la covid. Y no porque la naturaleza vaya a vengarse de las fechorías de los seres humanos contra el planeta, sino porque sencillamente los virus y las bacterias nos han acompañado siempre, desde la noche de los tiempos, y seguirán haciéndolo. Que sepamos los ciudadanos, poco examen han hecho nuestras autoridades de lo que se ha hecho bien y de lo que se ha hecho mal durante estos tres años fatídicos. Que sería el paso previo para sacar conclusiones y tomar medidas preventivas para la próxima vez. El sistema sanitario español chirría, pero la cuestión de la vigilancia de las enfermedades infecciosas y de la disposición para hacerles frentes está desaparecida en el debate público. Mientras tanto, en medios científicos se sigue con mediana preocupación la evolución en los visones del virus de la gripe aviar. Un posible futuro enemigo.