El curso que han tomado las discrepancias internas en el seno del Partido Aragonés está poniendo a una de las principales fuerzas políticas de la Comunidad al borde de la desaparición. 

El espectáculo dado por los dirigentes del PAR en los últimos meses es muy poco edificante y los protagonistas deberían recordar que los electores suelen castigar en las urnas esta clase de luchas intestinas. La profunda crisis de un partido que ha sido clave, durante tres decenios, en la gobernación de Aragón resulta triste y dramática.

Los hechos han venido demostrando que el congreso del PAR celebrado -después de que el presidente del partido, Arturo Aliaga, lo retrasase excesivamente- en octubre de 2021 contenía un germen envenenado. El congreso fue anulado por los tribunales y la reacción de Aliaga a aquella sentencia -negándose a recurrirla e intentando convocar un nuevo congreso sin consenso de la ejecutiva- ha desatado un verdadero huracán. El sector crítico ya anunció hace unos días su salida de la organización y la creación de un nuevo partido. Ahora, es la propia dirección del PAR la que se fractura, con una moción de censura contra Aliaga que cuenta con apoyos más que suficientes para salir adelante y colocar en la presidencia del partido a Clemente Sánchez-Garnica.

Después de un largo declive de sus apoyos electorales, es muy difícil que, a cuatro meses de los comicios autonómicos, un espectáculo como el que están ofreciendo sus dirigentes no suponga un nuevo retroceso en las urnas. Ante esa posibilidad, que añadiría incertidumbre al panorama político aragonés, deberían ceder las posiciones y los intereses personales, para buscar una salida rápida y sensata a la crisis, de manera que la formación tenga tiempo de recomponer su imagen. Profundizar en las tensiones y en la pugna puede conducir al desastre.