Por
  • Julio José Ordovás

Miradas de contento

La muestra reúne fotografías, documentos, impresos, libros y objetos relacionados con Manuel Azaña.
Miradas de contento
José Miguel Marco

Azaña estudió en el colegio de los agustinos del Escorial y desde la ventana de su celda de alumno interno contemplaba las luces de Madrid en el horizonte. Fue en 1898 cuando se estableció en Madrid, donde conoció las pensiones modestas y los alquileres fugaces hasta que se abrió camino en la política. 

Azaña no solo conquistó Madrid sino que se hizo a ella. Aun así, en cuanto tenía ocasión se fugaba al Escorial, huyendo, entre otras cosas, de las gentes tristes de la política.

Pero es que, además, Azaña era feliz en el campo. Sin duda, las páginas más hermosas que escribió son aquellas en las que se olvida de sí mismo y se entrega, gozosamente, a la pintura de paisajes. Un ejemplo: "Después de cenar hemos salido al campo. Más allá de Guadarrama nos paseamos por la carretera que va al Escorial, lugar muy de mi gusto. He bebido agua fresca en la fuente de Fernando VII. Un hombre, liado en su manta, dormía junto a la pila. Un borriquillo pastaba. Sentados en un pretil, gozamos de la noche, oscura, profunda, estrellada. Un fragor de viento suave en los grandes árboles de la fuente, que ya eran viejos cuando yo estudiaba. Olor de pasto seco. Al pie del pretil, se pone en pie de pronto una piara de toros, y trotan alejándose de la carretera. Sobre la amarillez del suelo, resaltan las negros espinazos en fuga".

En su Diario habla de la pena que le causó el derrumbamiento de un árbol, al que consideraba un antiguo amigo, en Recoletos. "Desde hacía más de treinta años, siempre que pasaba por esa acera le dirigía una mirada de contento", escribió. Así me gusta imaginar a don Manuel: lanzando miradas de contento a los árboles.

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