Resurrección en los Arañones

Puerta principal del hotel bajo la nieve
Resurrección en los Arañones
Barceló

Se ha producido un milagro en el Pirineo aragonés, la imponente estación de Canfranc, que llevaba muerta muchos años, ha resucitado. No es una exageración, la estación que fue el símbolo del ferrocarril internacional que unía Aragón con Europa, ha estado abandonada y deteriorándose durante medio siglo, desde que los trenes dejaron de pasar a Francia y Canfranc se convirtió en un fondo de saco. 

Pero lo que hasta hace poco tiempo parecía imposible ocurrió ayer, la estación volvió a la vida. No como estación, sino como hotel. Es igual, lo fundamental es que el edificio ha sido completamente rehabilitado y que ha recuperado, con la llegada de los primeros huéspedes, una actividad que hay que desear que en adelante sea próspera. Situada entre montañas, a 1.200 metros de altitud, la estación canfranquesa es, por sus colosales dimensiones, por sus líneas arquitectónicas y por el entorno que preside, un verdadero prodigio en el corazón de los Pirineos. Era una vergüenza insufrible y un desperdicio de nuestro patrimonio que la tuviésemos sumida en el desamparo y casi en ruinas. Los trenes continúan hoy sin pasar a Francia y no dejamos de hacer cábalas sobre cuándo volverán a recorrer el emblemático túnel. Se está invirtiendo al fin dinero serio en las obras del lado español, pero en Francia los 33 kilómetros entre Bedous y Canfranc van con retraso. Al menos, sin embargo, mientras esperamos la reapertura del ferrocarril, podemos los aragoneses sentirnos un poco orgullosos de esa magnífica estación, ahora hotel, que nos ha legado la historia. Y que estaba muerta, pero ha resucitado.

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