No es la primera vez que asistimos a una involución conservadora. 

En 1979, la llegada al poder de Reagan y Thatcher en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, tuvo un impacto profundo. Se puede estar en desacuerdo con ese giro político, pero se hizo amparándose en sólidas mayorías electorales que, además, fueron renovadas posteriormente. La gran novedad de la actual involución conservadora es que constituye un auténtico peligro para la democracia. Hemos visto cómo en Estados Unidos y en Brasil, la incapacidad de Trump y Bolsonaro para repetir sus victorias electorales los ha llevado a convertirse en amenazas para la democracia. En Estados Unidos, la mayoría de los republicanos considera, sin ninguna prueba, que hubo fraude electoral. El inédito asalto al Congreso y la proliferación de leyes estatales que tratan de dificultar el derecho al voto son ataques directos al sistema democrático. El mismo cariz tiene el bloqueo de carreteras en Brasil y la petición de los perdedores en las elecciones para que el ejército intervenga. En España, el principal partido de la oposición lleva cuatro años incumpliendo la constitución por cálculo electoral o discrepancia con las políticas gubernamentales al no querer renovar el Consejo General del Poder Judicial. Lo fundamental no es ganar elecciones, sino preservar la democracia. Ésta es el gobierno de la mayoría, pero también el respeto escrupuloso de los preceptos constitucionales.