Por
  • Juan Luis Saldaña

La Nati

El Moncayo, el monte sagrado de los celtíberos.
La Nati
Laura Uranga / HERALDO

Se ha muerto la Nati de Novallas, la mujer del Narciso. 

Era una mujer buena, sencilla, tierna y amable con los niños. La recuerdo siempre con los rulos puestos, trabajando sin parar, pendiente de todo, con una energía inagotable y la fuerza de un león. Nunca olvidaré su casa que era para mí como el escenario de una obra de teatro de Buero Vallejo, Arniches o García Lorca. Por ahí pasábamos, de vez en cuando, algunos extras y siempre estaban los protagonistas: el señor Francisco, el tío Ignacio, la Emilia, el Narciso y algunos de sus hijos y nietos. Había una puerta a cada lado: la de la calle, que tenía una escalera por la que nunca subí y la del corral, que era un mundo mágico en el que había de todo. Siempre intentábamos coger algún conejo y, un día, quisimos tocar al cuto con un palo de escoba y el animal le pegó un mordisco que lo partió por la mitad. La Nati hacía una tarta maravillosa de un sabor parecido a la crema y al café con leche que no he vuelto a probar. Debajo de la escalera por la que nunca subí había una despensa maravillosa y al fondo de la habitación, una tele con el color saturado. Había también una puerta que daba a un baño en el que una vez me eché colonia sin permiso. La Pili, la hija pequeña de la Nati, nos enseñó un día una catarata escondida que se formaba junto al Queiles, entre el huerto y la Fuente Vieja. La Nati y los suyos son el enlace de mi familia con el pueblo. Se ha ido sin hacer mucho ruido, como se van las buenas gentes de Aragón que viven cerca del Moncayo. Deja hijos y nietos nobles y buenos. Descanse en paz.

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