Por
  • Andrés García Inda

Sedimentos

Sedimentos
Sedimentos
Heraldo

Hace unas semanas, mientras mi casa de Zaragoza se llenaba de gente joven para disfrutar las fiestas del Pilar, yo viajaba camino de La Mancha con un grupo de buenos –y supongo que ya viejos– amigos. 

El viaje tenía todo lo que un viajero puede desear: excelente gastronomía, naturaleza y cultura. Y sobre todo una compañía inmejorable, en la que la confianza de los años garantiza la armonía: hace placenteras las conversaciones, agradables los silencios y divertidas las bromas. Entre amigos, el tiempo compartido vincula unos a otros hasta tal punto que resulta difícil comprenderse a uno mismo si no es en referencia a los demás, a la historia en común y a esa amalgama de anécdotas recurrentes que dicen más no por lo que cuentan, que puede ser archisabido, sino por el hecho de contarlo.

Nuestra identidad, la individual y la colectiva, no está hecha de una pieza, sino que se ha ido generando a partir de capas que, como sedimentos, la vida y la historia han ido depositando

Dedicamos toda una mañana a visitar a fondo, hasta el último detalle, la catedral de Toledo, acompañados por un guía especializado. ¡Qué delicia! Ustedes seguramente saben que la seo toledana, del siglo XV, es una joya de la arquitectura gótica, cuya construcción llevó más de doscientos años y en la que el paso de los siglos ha seguido desde entonces depositando sus huellas. Como muchas otras, la catedral fue construida sobre una antigua mezquita, que a su vez había sido erigida sobre una iglesia visigoda, que posiblemente se había consagrado en el mismo lugar en el que había un templo dedicado a Minerva... La iglesia constituía así una magnífica metáfora del santuario que, como dice la Carta a los Corintios (1Cor 6,19), somos nosotros, tanto individual como colectivamente. No únicamente como vasija o refugio de lo sagrado, sino también por la forma en la que ese espacio –y el nuestro– ha ido configurándose a lo largo del tiempo por la acumulación y el encuentro, a veces conflictivo y a veces gozoso, de diferentes experiencias y relaciones, voces y miradas, ideas y creencias, e imágenes, relatos, canciones, oraciones y versos... En su ‘Época de idiotas’ (que yo leía providencialmente esos días, a ratos sueltos, como un estrato más de esa arquitectura personal), Armando Zerolo habla de la identidad como sedimento: "La incorporación de diferentes elementos arrastrados por el flujo temporal y social", que va integrando "las idas y venidas de un pueblo en construcción. El sedimento de una tarea común, que mira más a lo que es posible realizar juntos, que a lo que hay que defender". Y que resulta interminable: "Tan viva como el agua y tan fija como el cauce". Por eso ya no somos quienes éramos, pero seguimos siendo los mismos.

Es verdad, no estamos hechos de una pieza, ni personal ni colectivamente, y nada sobra en lo que somos, por más barroco y confuso que en ocasiones pueda parecer el conjunto. Pensaba en eso mientras miraba a mis amigos de la infancia y me veía en ellos; quiero decir, mientras veía en mí lo que he aprehendido con ellos. La visita a la catedral, además, completaba la que habíamos hecho el día anterior, sabiamente guiados por M., por los montes de Toledo y el parque nacional de Cabañeros. Paseando por la senda del Boquerón de Estena (así llamada por el estrechamiento del río Estena en forma de boquera), entre encinas, quejigos y jaras, fuimos también descubriendo lo que somos en ese paisaje en el que aún no éramos nada hace quinientos millones de años, cuando toda la península era un mar. Y siguiendo el camino marcado llegamos a ‘la discordancia toledánica’, un ejemplo de ese peculiar fenómeno geológico que se produce cuando observamos un desajuste o una discontinuidad entre los materiales que se van superponiendo o sedimentando en el suelo. Es como una especie de paréntesis o vacío en el tiempo (en el paisaje) que nos impide conocer del todo los cambios geológicos, pero que los pone en evidencia. Discúlpenme los que saben de esto si no lo he explicado bien. Confieso que, a pesar de los didácticos comentarios de M., a mí me costaba identificar los diferentes estratos. Y algo de eso nos pasa también en la vida y en la historia: también somos eso que nos falta; y no solo lo que vemos, sino lo que somos incapaces de ver.

Y nada sobra en lo que somos, por confuso que pueda parecer el conjunto

Se acercaba el 12 de octubre y nosotros andábamos de pingo, celebrando a nuestra manera lo que hemos sido juntos y lo que somos, lo que hemos conservado y lo que nos falta. Incluso lo que no entendemos o no somos capaces de ver. Sin despreciar nada de ello. Con el agradecimiento de quien sabe que a pesar de todo ha recibido más de lo que ha dado.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión