Historia infame del alguacil Lampiños

Historia infame del alguacil Lampiños
Historia infame del alguacil Lampiños
Lola García

En uno de sus formidables ‘Cuadernos’ de apuntes gráficos, Goya da cuenta dibujada de la venganza que sus víctimas zaragozanas se tomaron con un alguacil, con fama de abusón, bruto y cruel, de apellido Lampiños.

Enterrado en un caballo

Hartos de su comportamiento impune, sobre todo para con los estudiantes y las mujeres, a quienes no ahorraba vejaciones y azotainas, se confabularon para darle un castigo tan cruel como era él mismo. Se hicieron con un caballo muerto (mercancía harto frecuente a mediados del siglo XVIII, aunque solo fuera por los pobres cuadrúpedos sin peto que perecían en cada corrida de toros) y en alguno de los muchos callejones de Zaragoza le rajaron la tripa de arriba abajo. Así abierto el animal, le vaciaron las tripas, que dejaron en el suelo, y se hicieron con Lampiño. Conducido a la fuerza (y, acaso, amordazado) hasta el lugar donde yacía el equino, lo metieron en su interior y cosieron al animal despanzurrado con cordajes resistentes, de modo tal que al sentenciado alguacil solo le quedase fuera la cabeza, que salía por el opérculo anal del difunto solípedo; o sea, por el culo del bicho muerto. Consciente y probablemente maniatado, aquel infeliz canalla no pudo liberarse de postura tan forzada como repugnante, según habían previsto sus improvisados jueces, captores y verdugos. Se cuenta que pasó la noche sin perder la conciencia. Y Don Francisco nos lo quiso mostrar emitiendo gritos y voces que alejaran a la manada de perros más o menos asilvestrados que acudieron al apetitoso olor de semejante carroña tentadora.

Según reseña Goya en su noticia gráfica, fue la cosa en la cercanía de un puente, uno de cuyos ojos se advierte cerca.

Muerto por lavativa de cal

Si Lampiños creyó que, con la amanecida, lo libraría algún alma buena, o un subordinado, de su tremebundo calvario, estaba en un error. Ni en su peor momento de abatimiento y desesperación podía esperar que otro género de personas agraviadas resultase más feroz que los estudiantes. Pero, sí: Goya explica con su lápiz poderoso que las prostitutas de quienes había abusado el bellaco no tenían bastante con lo que ya había padecido. Lo sacaron de su prisión cadavérica provisional y, medio desnudo y horripilado, lo agarraron con fuerza y lo dispusieron de modo tal que pudiera recibir por retaguardia una espantosa lavativa. No solo asusta el tamaño del utensilio, sino la certeza de que este se cargó con un líquido dañino y mortificante, pues el pintor nos deja ver un barreño de cal. Las gesticulaciones que intentó el condenado para librarse de su espantosa suerte no le sirvieron de nada. Y la muerte le llegó de esas trazas.

Las escenas de Lampiños, que él mismo rotuló para que no hubiera dudas, tuvo que pintarlas, según los expertos entre 1812 y 1820, recreando recuerdos de años atrás. Y escribió esto de su mano: ‘En Zaragoza, á mediados del siglo pasado, metieron á un alguacil llamado Lampiños en el cuerpo de un rocín muerto, y lo cosieron; toda la noche se mantubo vivo’. Y esto más, en el segundo dibujo: ‘Muerte del Alguacil Lampiños por perseguidor de estudiantes, y mugeres de fortuna, las que le hecharon una labatiba con cal viva’.

En otros ‘Cuadernos’, como los llamados G y H, recreó el artista más truculencias, alguna sucedida igualmente en Zaragoza.

Por dos fuentes, al menos, se conoce la historia de un alguacil que tenía asignada la Universidad de Zaragoza al cual detestaban los alumnos. Lo que le costó la vida

Goya, buñuelesco

Genaro Lamarca glosó en un libro (IFC, 2008) una fuente coetánea de los hechos, un escritor muerto al poco de nacer Goya y que los narra de otro modo, diciendo que los conoció directamente. La fuente es ideológicamente sospechosa: se trata de un cura aragonés, Antonio Gavín, nacido en Zaragoza en 1682, que abjuró de su fe, se hizo influyente anglicano, fue combativo anticatólico y muy influyente en una nueva faceta de la ‘leyenda negra’ antiespañola. Murió en Virginia, aún inglesa, en 1750.

Gavín contó el caso para exhibir, sobre todo, la ignorancia inquisitorial. Aseguró que, al oírse voces procedentes de un animal muerto, este fue llevado ante el tribunal inquisitorial. Allí, aunque no de inmediato, los jueces interrogaban al bicho, sospechando algún peligroso maleficio. Lo hicieron hasta que el alguacil se dio a entender. Gavín lo apellida Guadalajara. ¿Sería llamado así por su procedencia? ¿Se llamaba Guadalajara y era apodado Lampiño, o Lampiños, por serlo? Gavín certifica que era el alguacil universitario, a las órdenes del rector (un canónigo, en aquel tiempo) y que sobrevivió tres semanas a los hechos.

Goya, pues, debió de recoger los recuerdos deformados de un caso que le interesó por inverosímil y cierto: cuánto le debe en ese aspecto Don Luis Buñuel al pintor. Tantas veces han ido de la mano lo goyesco y lo buñuelesco. Son frutos muy de esta tierra.

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