Nuestra Romareda

Vista del exterior del estadio de La Romareda, en Zaragoza.
Nuestra Romareda
José Miguel Marco

Ahora que la propiedad del Real Zaragoza ya tiene nombres y apellidos, el eterno debate sobre el futuro de La Romareda se presenta realista. 

Hace unos días, HERALDO publicaba en exclusiva las doce ubicaciones que el Ayuntamiento de Zaragoza baraja para el estadio. Según deduje de la información de Manuel López, el informe de Urbanismo no estudia la posibilidad de que el campo se instale en Casetas, cosa lógica teniendo en cuenta que en el barrio está el equipo más antiguo del fútbol aragonés, y es normal que el Real Zaragoza no quiera instaurar su ‘casa’ al lado de un equipo cuya historia le hace sombra. Así, el barrio de San José y el parking norte de la Expo eran dos de los proyectos con más papeletas, junto con la agradable sorpresa de otra de las opciones con más posibilidades: dejar el estadio donde está. Y bendita sea esa opción.

El propio consistorio maño detalla que tendría los costes de urbanización más bajos, el suelo ya es municipal, las tareas administrativas se reducirían notablemente y además los zaragozanos estarían encantados por cuestiones sentimentales. Apreciación, esta última, que comparto absolutamente. Como maño exiliado en Madrid, en los últimos años he padecido dos historias paralelas: la destrucción del Vicente Calderón y la reforma del Santiago Bernabéu. Con amigos en los dos equipos, atléticos y madridistas te relatan las adaptaciones de sus estadios de forma distinta. El atlético te habla de las maravillas modernas del Wanda Metropolitano, un estadio nuevo a las afueras de la ciudad, construido sobre las ruinas de tres carriles y un solar para viviendas que es en lo que se ha convertido ahora el Calderón. El madridista, en cambio, presume (en ese exceso habitual del madridismo) de la transformación imponente que vive el Bernabéu, donde se afianza para el futuro rodeado por unas increíbles grúas que lo transforman y consolidan en el centro de la ciudad.

De las dos historias, al madridista no se le nota esfuerzo por justificar su estadio, que gana por goleada aderezado por cuestiones tan primarias como futboleras: los recuerdos, sentimientos y paisaje de glorias pasadas y por venir. En Zaragoza tenemos esa opción para todo lo bueno que, seguro, está por llegar. Sería precioso que ocurriera con el mismo peregrinaje.

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