Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Natividad usurpada

Natividad usurpada.
Natividad usurpada.
Viticor

En las llamadas sociedades avanzadas nos hacemos obesos y cobardes. 

¡Menudo plan! Contra el sobrepeso contamos con el apoyo de la ciencia (si somos capaces de encontrarla bajo capas de intrusismo). ¿Quién nos defiende de la cobardía rampante? Nadie. Nada. Al contrario: las fórmulas que nos ofrecen constante y masivamente están diseñadas para consolidar nuestra cobardía.

Reparto mi atención matinal entre varias emisoras que cubren bastante parte del espectro ideológico. En todas ellas el concepto más insistente, la palabra más repetida es ‘proteger’. Podemos seguir siendo cobardes: alguien o algo nos protege... y vigila.

No dedicaré ningún esfuerzo para sostener mi tesis: somos unos seres sobreprotectores que se organizan para crear estructuras sobreprotectoras que impiden el desarrollo de nuestras capacidades de autoprotección; por ejemplo, suplementos vitamínicos o bióticos no necesarios que hacen perezosas las respuestas espontáneas de nuestro cuerpo, que no dejan actuar a la sabiduría de nuestra propia naturaleza.

Hay una industria de la sobreprotección (¡que mi hijo no sufra si le mangan el móvil que exhibe impúdicamente!) a la que le viene muy bien la hipertrofia de la sensación de violencia. El ser humano es violento y ha desarrollado habilidades para hacer un uso casi omnipotente de su violencia destructiva. Pero también es sabio y construye mecanismos que mantengan controlada nuestra fiera depredadora; no me imagino un león pacifista. Nos damos miedo, y con razón.

La obsesión por proteger lo minoritario conduce a veces a una injusta deslegitimación de los valores de lo que en una sociedad es mayoritario

Nuestra violencia es tóxica; el tóxico más destructivo conocido. Por eso debemos ser cuidadosos cuando hablamos de ella. No podemos banalizar la palabra, porque si provocamos diariamente reacciones ante falsas violencias, nos irán dejando desprotegidos frente a las verdaderas; como el abuso de antibióticos con el que estamos preparando el camino a la superbacteria.

Hay un abuso de la palabra; ¡lógico! Su efecto en un contexto de cobardía está garantizado. Si describimos con el mismo término palizas, asesinatos y ‘apropiaciones culturales’ creamos confusión. Los sacerdotes y las sacerdotisas de la nueva religión hablan de agresión cuando alguien "no racializado" vende fajitas mejicanas, un diseñador utiliza motivos semejantes a los de alguna etnia oceánica o centroamericana, bailamos o peinamos de una determinada manera (los casos son reales).

La torpeza en el uso de la palabra produce lecturas disparatadas. Los constructores de este artefacto protector ajustan su denuncia apoyándose en los términos "indígena" y "dominante". Documentando esta tribuna concluyo que estos nuevos perseguidores de depravaciones heréticas no me considerarían "indígena", lo cual me convierte en alienígena, ¡toma ya! Las consecuencias de la combinación con "dominante" son todavía más nocivas; asociamos la palabra con fuerza, con fuerza ilegítima o desproporcionada. En esta nueva religión suelen colarnos sus valores en discursos que debieran ser neutros; lastran los dados. Cuando las minorías quieren estar sobrerrepresentadas buscan la descalificación de lo dominante asociando esta posición a explicaciones de fuerza o imposición. Pero resulta que en su uso simple, ‘dominante’ no es distinto a mayoritario o más extendido; y la idea de mayoría es el núcleo de la de democracia. No pueden invocar la democracia, la mayoría, para cualquier memez y desacreditar lo mayoritario cuando no les resulta propicio. ¿Quién defiende a los mayoritarios de esas minorías tan agresivas y depredadoras? Dirán que lo mayoritario se protege solo. Imagino que eso pensaban las manadas de bisontes cuando vieron por primera vez media docena de bípedos de setenta kilos acercarse a su hábitat.

Así, se defienden espiritualidades exóticas mientras se ataca o ridiculiza el sentido de la Navidad

No entiendo la intensidad de la protección de la ‘espiritualidad Lakota’ por las mismas personas y líneas de pensamiento que se apropian de la Natividad y, cuando pueden, la ignoran, pervierten o ridiculizan. Preguntemos quién está llegando para Navidad, ¿Santa Claus o Jesús?

Navidad es fiesta de la alegría, de ese valor cristiano principal. Alegría por lo que se nos aparece milagrosamente la noche que hemos convenido como fecha del nacimiento. Hay diferencias: Santa Claus vigila, apunta y recompensa; el niño Jesús se da sin condiciones en un acto de gracia y generosidad absolutas. Libertad pura. Alegría.

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