La mancha humana

Opinión
'La mancha humana'
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Descubrimos hace apenas dos siglos que salvamos vidas con el simple acto de lavar las manos –manos que tocan, acarician y alimentan–. Ahora, en tiempos de pandemia, repetimos el gesto de limpiarlas con agua o gel. Nuestros antepasados, ignorantes de los gérmenes, lo hacían sobre todo como ritual simbólico de purificación. Los antiguos creían que el crimen mancha a quien lo comete, y el lavado era una forma metafórica de limpiar la culpa. Según san Mateo, así lo hizo Poncio Pilato: “Inocente soy de la sangre de este justo”.

También en busca de una imposible absolución, Lady Macbeth refriega compulsivamente sus manos intentando borrar las imaginarias salpicaduras de sangre que dejó en su conciencia el asesinato del rey de Escocia. “Un poco de agua lavará esta acción: fuera, mancha maldita”, repite hasta la demencia. Como homenaje a Shakespeare, la ciencia denominó ‘efecto Macbeth’ al impulso de limpiar nuestro cuerpo cuando sentimos culpa o al sufrir violencia. Lo sucio, marrano, infectado o mestizo son términos usados para estigmatizar moralmente al otro: de ahí derivan la limpieza étnica y otras peligrosas metáforas que tantas tragedias han desencadenado. Quizá por eso, en nuestro Siglo de Oro, cuando la pureza de sangre se convirtió en obsesión, el manco Cervantes –siempre bajo sospecha– se atrevió a soñar un desaliñado caballero de La Mancha.

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