Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

Mentiras que no importan

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Europa Press

En el epílogo de la Segunda Guerra Mundial, la 23 Compañía de Tropas Especiales de Estados Unidos desplegó todo un arte del engaño para fabricar tanques de goma y vehículos hinchables con el propósito de despistar a los alemanes y lanzarles un señuelo en el que malgastar su munición. Todo un éxito militar que evitó miles de muertes. Sin embargo, el engaño dirigido hacia un fin noble en otras ocasiones se abraza a la mentira como cuando Lyndon Johnson aseguró a los estadounidenses que no enviaría más soldados a Vietnam.

En el terreno político, la mentira puede convertirse en un asidero para la supervivencia personal, una práctica común convertida ya en epidemia y que no entiende de fronteras. Una de las mayores, la que le costó la presidencia a Richard Nixon cuando declaró solemnemente en 1972 que nadie en su Administración estaba involucrado en el allanamiento de la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata. Pero el castigo es infrecuente. Una parte de la clase política, antes y ahora, han empleado la mentira y el engaño con profusión, como si se tratara de un comodín para poder usarlo en función de los intereses partidistas. España no es una excepción. En nuestro país, reina sobre todo la exclusión y el maniqueísmo, una suerte de barrera infranqueable que se presenta como una distopía. Se intenta calar en el electorado el mantra de la irreconciliación casi genética entre izquierda y derecha para ocultar la incapacidad de alcanzar acuerdos transversales basados en la moderación. Pero la mentira también invade el cuerpo político con la persistencia de un virus. La última, refleja la impunidad con la que se mueve sin que acarree ninguna consecuencia. En la antesala del nuevo año, el ministro Illa negó con seguridad y firmeza que fuera a ser el candidato del PSC a las elecciones catalanas, casi al mismo tiempo que el presidente Sánchez aseguraba por televisión y ante millones de espectadores que no pensaba realizar ningún cambio en el Ejecutivo. Menos de 24 horas después, los hechos los desmentían. Ninguno ha pedido perdón. Si las mentiras no cotizan a la baja en el parqué de la vida pública habrá que interrogarse sobre el sentido de los valores éticos en nuestros representantes.

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