Políticos con complejos

Opinión
'Políticos con complejos'.
KRISIS'20

Por más que se esfuercen los asesores de comunicación en intentar desentrañar las claves del éxito, no existe ningún modelo de liderazgo infalible y, sobre todo, que funcione para siempre. Como se ha recordado a menudo estos días, Churchill perdió las elecciones después de haber guiado a su país durante la II Guerra Mundial, para regresar triunfante seis años más tarde, no dejando de ser él mismo en ningún momento, ganara o perdiera. Sin caer en un relativismo absoluto, lo cierto es que apenas hay espacio en la política para los silogismos perfectos. La política posee cierto componente pendular, de modo que las tendencias vienen y van, y no resulta raro que lo que llevó a un candidato a ser valorado inicialmente termine siendo la razón por la que lo rechace el electorado más adelante, o al revés. E igual que un péndulo de verdad, cuando se mueve hacía los extremos, la velocidad tiende a reducirse hasta llegar a cero.

En particular, de manera periódica, la figura del político o del partido sin complejos resurge con fuerza como parte de estas oscilaciones. Con independencia de la ideología que profesen, esta clase de políticos se caracteriza por presumir de hablar claro y no callarse nada ni ante nadie, haciendo gala de un fuerte látigo verbal, que emplean en su lucha contra la corrección política, o, al menos, frente a lo que ellos consideran como tal. A este respecto, cabría preguntarse si esta serie de rasgos entrañan algún beneficio para la sociedad o si por el contrario resultan más bien perjudiciales; como sucede con otras tantas cuestiones, la respuesta no es unívoca. Todos estamos familiarizados con la historia del traje nuevo del emperador. En ocasiones, los gobernantes, movidos por el miedo, el interés o cualquier otro motivo similar, optan por eludir determinados temas frente a la sociedad, o le ocultan información acerca de los mismos. En casos así, la presencia de voces dispuestas a abordar las cosas tal y como son realmente, parece positiva. No obstante, abundan más las situaciones en las que la falta de inhibiciones entorpece la resolución de los problemas y no al contrario. Los retos que plantea la gestión de un estado requieren de mucho estudio y reflexión, así que no basta tener al país en el corazón, hace falta tenerlo también en la cabeza. Sin olvidar, además, que la ofensa es un carril de doble sentido. Aquellos que afirman no tener pelos en la lengua, suelen esperar de los demás que sí los tengan respecto a ellos, no llevando en general bien la críticas.

En contra de lo que suele decirse, los niños no siempre cuentan la verdad, es más, son plenamente capaces de mentir; simplemente, se sienten más libres para expresar aquello que piensan, al ponderar menos o peor la trascendencia de sus palabras. El hecho de pensar algo no implica necesariamente que sea cierto, por lo que de un adulto cabe esperar el suficiente juicio crítico para que no dé por buena de forma automática cualquier idea que se le ocurra. Un viejo proverbio árabe plantea que tenemos los dientes entre la boca y la lengua para poder pensar dos veces las cosas antes de expresarlas en voz alta. Y, ciertamente, hay cuestiones a las que merece la pena darles dos vueltas, o tres, o cuatro, o cinco… Hay que tener cuidado con decir lo primero que se le pasa a uno por la cabeza, porque se corre el riesgo de acabar no pensando directamente lo que se dice y actuando solo a base de impulsos e intuiciones. Por eso, quienes alardean de no aplicarse ningún filtro a la hora de hablar, no se dan cuenta de que están fanfarroneando de conservar un rasgo propio de una personalidad en desarrollo e infantil.

Con todo, el grupo de los políticos sin complejos no solo abarca a los que se definen así; muchos no se presentaran de este modo, pero con sus actos demuestran no tener tampoco demasiados. Un político corrupto no es que se halle muy limitado por las inhibiciones, igual que los que están dispuestos a todo con tal de conservar o alcanzar el poder. En ese sentido, quizás haya llegado el momento de revalorizar al político con complejos. Políticos con menos energía verbal, pero que den pasos más firmes. Cautos a la hora de gestionar el dinero público. Capaces de dudar, de admitir errores, de reconocer que no tienen todas las respuestas y que necesitan del apoyo de otras personas y fuerzas, incluso si se trata de sus rivales. Que dediquen más tiempo a trabajar en propuestas tangibles y menos a preparar la última consigna incendiaria. Que no lleven en una mano la rama de olivo mientras esconden en la otra una daga. Que respeten al contrario. Que no mientan. En definitiva, que piensen más en la sociedad a la que representan y a la que han de ayudar. Sin distinción de ideología, todos los partidos necesitan más políticos con complejos y España también. 

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