Adiós, Egipto... Hola, Sudán

Álvaro Blanchard y Cristina Uriarte ya han cruzado la frontera entre Egipto y Sudán. Así lo relatan para Heraldo.es.

Abu simbel, en el sur de Egipto
Adiós, Egipto... Hola, Sudán
Álvaro Blanchard y Cristina Uriarte

Disfrutamos de Luxor durante 3 días, y aún se nos quedaron cortos, ya que la antigua Tebas es uno de los destinos obligados de todo viaje a Egipto. El templo de Karnak, Luxor o el valle de los Reyes, con sus tumbas decoradas con jeroglíficos coloreados y labradas hace más de 3000 años asombra a todo el mundo, aficionado a la egiptología o no.


Pero aunque parezca que tenemos muchos días por delante, también muchos kilómetros, y dejamos la capital faraónica para hacer un alto en Asuán, famosa localidad que da nombre a la presa que ha conseguido regular el caudal del alocado Nilo, y en la que han utilizado 300 veces más piedras que para construir la pirámide de Keops. Nos hospedamos en un pequeño camping llamado Adam´s House. Es una casa estilo Nubio regentada por los hospitalarios Samy y Mohamed (Mo para los amigos). Allí nos quedamos 3 noches, compartiendo nosotros nuestra cena y ellos sus tés, pipas de agua y partidas de dominó. De nuevo somos los únicos huéspedes, y Mo se vuelca con nosotros, pendiente en todo momento de todas nuestras necesidades.


En Asuán necesitábamos cumplimentar un papeleo previo al cruce de fronteras (conseguir un papel del tráfico egipcio que confirme que te vas del país sin ninguna infracción vial pendiente) y aprovechamos para darnos un paseo por el Nilo en la barca de Mo y visitar el templo de Philae, trasladado tras la construcción de la presa a la isla de Agilkia y uno de los que más nos ha gustado de todo el viaje, no sabemos si por su emplazamiento o por verlo solos al atardecer, cuando el sol reflejaba sus últimos rayos sobre las aguas del Nilo y daba un color rojizo a las piedras del templo.


Estamos contentos porque ya tenemos todo listo para cruzar a Sudán. Tenemos muchas ganas porque solo hemos oído maravillas de ese país y sobre todo de sus gentes. Nos levantamos a las 3.00 de la mañana para unirnos al convoy que parte a las 4 hacia Abu Simbel, el mítico templo rescatado de la inundación provocada por la presa Nasser. Somos el único coche particular de una caravana compuesta por una docena de minivans y un par de autobuses con turistas además de media docena de patrullas de policía con destino al templo dedicado a Ramses II. Nos revisan los bajos del coche, y nos conminan a permanecer en todo momento en el convoy. A las 4 en punto dan el pistoletazo de salida y comienza lo más parecido a la carrera de los autos locos. Callejeando por las avenidas de Asúan, se sigue una fila ordenada, pero en cuanto salimos a la carretera, vemos como coches kamikazes nos adelantan por ambos lados anhelando ganar posiciones para no sabemos qué trofeo.


Visitamos el espectacular templo, con sus 4 colosos desafiando desde la eternidad a todo aquel que osaba atravesaba los dominios del faraón y a día de hoy vigilantes de la inmensidad del Lago Nasser y disfrutamos de los últimos jeroglíficos del viaje en las tripas del santuario.


Tenemos suerte que el ferry que cruza al otro lado todavía no ha zarpado (son las 10 y su hora prevista eran las 8 de la mañana). Están tratando de encajar a dos autobuses entre media docena de furgonetas y un camioneta cargada con una pirámide imposible de fardos, sacos y hasta electrodomésticos que supera con creces la altura de los autobuses.


Afortunadamente uno de los autobuses no cabe y podemos entrar nosotros, y así no tenemos que esperar hasta el día siguiente. Tras la agradable travesía en barco por el lago Nasser de algo más de una hora, llegamos a un puerto idílico: aguas azul turquesa, dunas doradas, y ni una sola construcción humana salvo una carretera que se hunde como una cicatriz negra entre las arenas del desierto. Bajamos del ferry y cubrimos rápidamente los escasos 50 kilómetros que nos separan de la frontera sudanesa. Y aquí empieza la peor jornada en lo que llevamos de viaje.


Nada más llegar a la frontera nos hacen pasar todo nuestro equipaje por los rayos x, y no es poco lo que llevamos… El resto que no está en bolsas, lo registran, y para colmo, los agentes de aduanas egipcios nos quieren rapiñar nuestras pertenencias: ¿Me das esta linterna? ¡Me gusta este rotulador! Tras la inspección nos hacen abrir las maletas para seguir buscando no sabemos muy bien el que. Una vez concluido ese primer estadio, pasamos al papeleo. De una oficina a otra (y no creáis que las han puesto juntas para ayudar, sino en edificios diseminados por todo el recinto) sellando papeles, obteniendo certificados y solucionando un problema que por lo visto nuestro fixer en Alejandría no hizo de la forma adecuada. Afortunadamente un señor sudanés, al vernos tan apurados se ofreció a echarnos una mano, y el pobre acabó viniendo con nosotros a solucionarnos la papeleta (ya que allí nadie hablaba inglés) Nuestro querido Wajid se pasó más de 4 horas de ventanilla en ventanilla ayudándonos con el papeleo. Pero lo más asombroso es que viajaba con 3 personas más en su coche, y cuando les pedíamos disculpas y les agradecíamos su paciencia, nos regalaban una sonrisa de oreja a oreja y un sincero No Problem, No Problem!


El lado sudanés fue coser y cantar. Te obligan a realizar todo el papeleo con un agente de aduanas, el servicial Magdi, que por algo menos de 10 euros, te soluciona la papeleta. Mientras con su ayudante me hago un seguro para el coche, él se encarga de que nos sellen los pasaportes y demás trámites aduaneros. Mientras salir de Egipto nos ha llevado más de 5 horas, entrar en Sudán ha costado poco más de una.


Abandonamos Egipto con sentimientos enfrentados… Por una parte, la gente alejada del sector turístico es encantadora y se desvive por ayudarte, todos te saludan por la calle, todo sonrisas y Welcome to Egypt en cada esquina. Por otra, los buscavidas y los que te ofrecen desde un paseo en camello a una pipa de agua hacen algo agobiante la visita a los lugares emblemáticos, pero sobre todo, la terrible burocracia egipcia, que es un mal endémico peor que las siete plagas que sufrieron en la antigüedad sus ancestros.


En cambio Sudán nos produce otro tipo de sensaciones. Ya en la frontera, los funcionarios eran amables y sonrientes. Los despachos no son el caos de su vecino del norte, rebosantes de papeles por las mesas y ceniceros a rebosar. Aquí ves mesas limpias y ordenadores donde tramitar la consabida burocracia... Y encima tienes a gente como Wajid, que para acabar de concederle el título de ángel de la guarda personal, nos lo encontramos en la polvorienta ciudad de Wadi Halfa mientras buscábamos un hotel donde pasar la noche y acabó invitándonos a la casa de su amigo donde se iba a hospedar él….


¡Y no debe de ser algo puntual! Exceptuando los enclaves de Darfur y las zonas fronterizas con Sudán del Sur, es uno de los países más seguros de Africa. Nuestros primeros días por territorio nubio, han sido una delicia. Nos hemos salido de la carretera y circulamos por las pistas que recorren ambas orillas del Nilo atravesando pequeñas aldeas nubias. Si hubiéramos aceptado todas las invitaciones a comer o tomar un té en casas de la gente, no habríamos avanzado más de 50 kilómetros… Y es que, tratando de buscar el ferry que nos cruzara a la orilla oeste del Nilo (finalmente lo hemos encontrado al sur de Delgo, ya que el de Abri no esta operativo) a cada persona que le preguntábamos nos invitaba a pasar a su casa.


Hemos dormido dos noches seguidas en el hotel de las mil estrellas, flanqueados con el Nilo a un lado y el desierto al otro. Y es que el paisaje es sobrecogedor. Arena color canela sobre rocas basálticas de negro oscuro avanzan hasta que las fértiles laderas del Nilo frenan el avance del desierto, dando una pincelada de verde al desolador Sahara. Y cada poco tiempo, una aldea nubia, de estrechas callejuelas y casas de adobe de amplio patio y con puertas pintadas de alegres colores que invitan al viajero a entrar y tomarse un té….. ¡cuánto tenemos que aprender de la hospitalidad de Sudán! Como nos decía un sudanés cuando le pedimos que nos vigilara el equipaje del coche mientras realizábamos unas gestiones: No os preocupéis. Estáis en Sudán.


Hoy escribimos estas líneas desde Karima, donde hemos disfrutado de uno de esos atardeceres que se quedan grabados a fuego en el disco duro de la memoria. A un lado, el Nilo, al otro el desierto, y frente a nosotros las pirámides de Karima y el sol nubio, deseándonos las buenas noches antes de seguir rumbo en nuestro largo viaje al sur.