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Lucía Lacarra: "María de Ávila es como un hilo conductor en el mundo de la danza

La bailarina y directora de ballet ofrece en el Teatro Principal el espectáculo de su compañía, 'Lost letters' (Cartas perdidas), con aromas de cine

LUCIA LACARRA ( BAILARINA ) / TEATRO PRINCIPAL ( ZARAGOZA ) / 25/04/2024 / FOTO OLIVER DUCH [[[FOTOGRAFOS]]]
Lucía Lacarra regresa al Teatro Principal pero ahora al frente de su compañía, compuesta por diez bailarines.]
Oliver Duch.

Lleva menos de un año con la compañía Lucía Lacarra Ballet. ¿Está un poco asustada?

Asustada, en absoluto. No va conmigo. Soy atrevida, jamás he tenido miedo, pero sí tengo un gran sentido de la responsabilidad. Siempre he sido perfeccionista, me gusta hacer las cosas de la mejor manera posible. Siempre he intentado ser feliz y disfrutar.

Ha dicho algunas veces que desde muy niña se dio cuenta de que tenía un cuerpo para bailar.

Creo que es verdad. A los tres años dije que quería ser bailarina. Y con once, viendo una función de ‘El lago de los cisnes’, le dije a mi madre: «Yo querría hacer ese papel, el de la bailarina que está detrás». No me preocupaba ser la ‘prima donna’, no, no me veía capacitada; lo que yo quería era estar en el escenario, vivir esa experiencia. Bailar.

Eso no tardaría en conseguirlo. Pronto se trasladaría desde Zumaya a Madrid para trabajar con Víctor Ullate.

Para mí siempre son importantes las personajes que te abren caminos, que te marcan pautas. Y eso fue Víctor Ullate. Un maestro exigente que me abrió el camino: imagínese lo que supuso para mí cuando, con catorce años, ingresé en su compañía.

"El hombre que está en el frente le escribe a su mujer, deprimida, y le dice que pase lo que pase le desea lo mejor. Es un relato conmovedor"

¿Qué supuso?

Fue increíble. Yo había visto el debut del Ballet de Víctor Ullate en el Teatro Arriaga de Bilbao. Tenía trece años. Y luego me incorporé a su compañía, convivía con sus bailarines profesionales. Y él me hizo debutar. Le estoy inmensamente agradecida.

Desde entonces no ha parado. Ha sido casi como una bailarina nómada...

Sí, he estado en Francia, en Estados Unidos, en Alemania… He intentado mejorar siempre, aprender, arriesgarme y disfrutar. Creo que eso me define: el sentido positivo. Hacer bien el trabajo no es fácil, pero yo siempre he pensado que se puede mejorar, que se puede crecer y avanzar. Ahí sigo.

¿Qué ha aprendido en esos países, cómo sienten el ballet?

Lo que he aprendido es que en cada país lo sienten de forma distinta y a veces en cada ciudad. En Estados Unidos tienen una visión más comercial, más industrial y por tanto muy competitiva.

¿Allí coincidió con el zaragozano Gonzalo García Portero?

Sí, claro. Hemos bailado juntos. Él es uno de los grandes discípulos de María de Ávila, como lo fue antes Víctor Ullate, y yo también estuve con ella dos semanas. Conservo maravillosos recuerdos.

En su ir y venir alrededor del mundo, ¿ha podido verificar la huella de María de Ávila?

Se percibe su influjo, su magisterio, la nómina de bailarines que aprendieron con ella. Ella es como un hilo conductor en el mundo de la danza. Y son muchos los que reconocen cuánto le deben, lo mucho que aprendieron con ella, su sensibilidad. Y yo también, claro, aunque he tenido varios maestros. Me he esforzado siempre por aprender.

"Queremos ser una compañía exigente, de calidad, donde los bailarines se esfuercen, y a la vez aprendan mucho y disfruten. Queremos ayudarles a que fragüen sus carreras y que vuelen. No somos posesivos"

Ya. ¿Podría preguntarle en qué consiste ser bailarina?

Para mí es mi vida. Y lo ha sido siempre. Desde niña. He querido ser bailarina por encima de todo, y no tanto para ser la mejor o la número una, sino porque quería estar en el escenario.

¿Qué sucede ahí arriba?

Suelo decir que lo más importante para un bailarín es su cabeza. Su mente. Y yo soy bailarina, ante todo, porque soy feliz en el escenario. Siento que ese es mi lugar, que ahí me realizo y que ahí logro algo que ando buscando: conocerme a mí misma. La danza me permite conocerme a mí misma, y para mí es algo más que movimiento.

Bueno, usted también es actriz y artista, ¿no?

Me siento actriz, intento serlo, y artista también porque quiero ir más allá de lo físico. Los pasos son mis palabras y me fascina transformarme en otro personaje. En mis espectáculos, me gusta contar historias. Si le pides a la gente un ejercicio de comprensión intelectual se va, se pierde. Lo ideal es ofrecerle cosas, hechos, emociones, y que los absorba casi sin darse cuenta. Si le haces pensar, se descuelga un poco.

¿Qué le atrajo de ‘Lost letters’, el montaje que presentan, usted y Matthew Golding, en el Principal hasta el domingo?

Por azar, en una fiesta en Was-hington descubrí la historia en una exposición y más tarde la vi en un libro de cartas sobre la guerra. Contaba la historia de un soldado de la I Guerra Mundial que le manda una carta a su mujer y la anima para que no cometa locuras, para que no se suicide. El hombre que está en el frente, con pocas esperanzas, le escribe a su mujer en la retaguardia, deprimida, y le dice que pase lo que pase le desea lo mejor. Es un relato conmovedor. Matthew Golding y yo lo hablamos, nos gusta mucho comentar cosas así, imaginarnos seres o hechos…

Es casi una película, ¿no?

Lo es. Contiene una película que rodamos en siete días en Zumaya. Matthew es muy creativo, le apasiona el cine y ha hecho una película de 1.10 horas, sí, con esos dos personajes. Se podría ver independientemente del ballet. Tenemos ese vestido rojo, en forma de amapola, que es un símbolo en Canadá contra la guerra, el país de Matthew, de 60 metros de largo. Por cierto la música es de Rachmaninov y de Max Richter

¿Qué compañía quieren ser?

Una compañía exigente, de calidad, pequeña, donde los bailarines se esfuercen, claro, y a la vez aprendan mucho y disfruten. Queremos ayudarles a que fragüen sus carreras y que vuelen, como acaban de hacer dos bailarines. No somos posesivos.

Lucía Lacarra es una bailarina que se entrega a su oficio, la razón de su vida, la medida de su evolución humana y artística.
Lucía Lacarra es una bailarina que se entrega a su oficio, la razón de su vida, la medida de su evolución humana y artística.
Oliver Duch.
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