Por
  • Francisco Javier Aguirre

Joshua Bell: Un genio de doble valor

El violinista estadounidense Joshua Bell.
El violinista estadounidense Joshua Bell.
J. B.

El retorno de Joshua Bell al Auditorio el miércoles, día 24, al frente de la Orquesta de Cámara de Europa, ha significado un nuevo hito en la magnífica Temporada de conciertos que está disfrutando la ciudad. El extraordinario violinista norteamericano apareció en el escenario de la sala Mozart con un doble cometido, el de solista y el de director, funciones que desempeñó simultáneamente en la segunda de las obras del programa, el ‘Concierto en re Mayor, Op. 77’ de Brahms. 

La sesión había comenzado con la obertura de ‘Egmont’, de Beethoven, que Bell dirigió sentado como concertino de la orquesta. Los intensos compases que combinan la gloria y la derrota del argumento que dio origen al drama de Goethe, musicado por el genio de Bonn, dieron la medida de la formación instrumental. La precisión y el brío con la que se desarrolló esa intensa obertura fueron el preludio de lo que resultó el resto del concierto. 

Ya como solista, Joshua Bell encendió el ambiente con su violín Stradivarius, al mismo tiempo que gobernaba a la consistente familia orquestal con un estilo propio, directo y muy definido, haciendo del gesto, de la oscilación corporal y del movimiento de su violín una guía de enorme eficacia para los intérpretes. Hay que resaltar la florida cadencia original del artista en el Allegro non troppo con el que se inicia la obra de Brahms. 

Orquesta de Cámara de Europa *****
Violín y dirección:Joshua Bell. 
Repertorio:obras de Beethoven y Brahms. 
Ciclo:Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio.

En la segunda parte se retornó a Beethoven, interpretando una de sus sinfonías menos conocidas, la ‘Nº 4, en si bemol Mayor, Op. 60’. El espíritu que la inspira fue traducido con enorme fidelidad por los intérpretes en una orquesta adecuada precisamente a la fórmula de la época, incluso en algunos instrumentos como las trompetas. La dirección de Joshua Bell, sin partitura ni batuta, atinó de pleno con el espíritu emocional de la obra que Beethoven escribió como una declaración de amor.

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