VIVIR DE MEMORIA. OCIO Y CULTURA

Domingo Sanz Azcona, pintor de 96 años: "Cuando fui al Pirineo y vi el Cañón de Añisclo y Ordesa me quedé extasiado"

El pintor y montañero, comerciante de máquinas de coser durante mucho tiempo, hace inventario de su vida en el arte.

Domingo Sanz Azcona ha estudiado en la Escuela de Artes Oficios, perteneció al Estudio Goya y ha practidado la figuración y la abstracción.
Domingo Sanz Azcona ha estudiado en la Escuela de Artes Oficios, perteneció al Estudio Goya y ha practidado la figuración y la abstracción.
Florencio de Pedro.

«No me ha faltado de nada. Si acaso, sin ser rico, me han sobrado cosas. Durante años compraba el HERALDO; ahora lo recibo en casa y mi primera oración, valga la broma, es leer el diario a las siete de la mañana. He trabajado mucho con las máquinas de coser y con mi pintura. Tengo 96 años y miro la muerte con tranquilidad: el arte ha sido mi vida y me mantiene vivo, me estimula, igual que la maravillosa familia que tengo. ¿Tiene usted hijas? Lo felicito: ya sabe la maravilla que son. Para mí la muerte es otra forma de nacimiento, como una resurrección a una nueva vida de la que no sé nada y en la que tengo mis esperanzas», dice Domingo Sanz Azcona (Tudela, Navarra, 1927) en su taller de las inmediaciones de Cuéllar. Es difícil que exista un autorretrato más ajustado que ese santuario que lo tiene todo: los caballetes, más de media docena de mesas, cientos de cuadros por las paredes, sobre repisas, sobre tablas, por todas partes; su biblioteca de libros, catálogos, revistas, apuntes y, por supuesto, está su completa colección de máquinas de coser. Nos acompañan en la entrevista su hija Rosana, la tercera tras María Pilar y Eva, y el escultor y grabador Florencio de Pedro.

Así que un tudelano afincado en Zaragoza.

Sí, sí, desde los cuatro años. Mi padre, Matías Sanz, era reparador e instalador de máquinas de coser, primero de la alemana Bauman, y luego de otras. La empresa le dijo que tenía que venirse a Zaragoza, que era una capital muy pujante, y nos instalamos en la calle Antonio Pérez. Somos cuatro, dos chicos y dos chicas; mi hermano Eloy, dos años mayor que yo, se convertiría en el mejor mecánico de Europa de máquinas de coser.

¿Dónde estudió?

Primero en el colegio Joaquín Costa, que me encantaba. Teníamos de director a don Pedro Arnal Cavero. Y luego me llevaron a la Escuela de Ferroviarios del Norte que estaba en la plaza de San Felipe. Y de ahí pasé, un poco de forma clandestina, a la Escuela de Artes y Oficios.

¿Clandestina? ¿Cómo fue eso?

No tenía la edad aún y entré gracias a un conserje, que también tenía una representación de máquinas de coser y era muy amigo de mi padre. Me dejó acceder aunque no pude matricularme hasta que tuve los catorce años.

¿Desde cuándo le interesaba o atraía el arte?

Desde siempre. Desde los cuatro o cinco años. Tenía una pizarra más bien mediana en la pared y allí dibujaba siempre: figuras, animalitos, corderos. No sabe cuánto disfrutaba.

¿Con quién se encontró en la Escuela?

Tuve varios profesores que recuerdo. Por ejemplo, Antonio Torres Clavero, pintor y escultor, que daba las clases de pintura. Era un dibujante maravilloso, excepcional. Y también fui alumno del escultor Félix Burriel. Tuvimos otro profesor como Joaquín Albareda, en dibujo. Allí tuve maravillosos compañeros, auténticos amigos del alma, como el escultor Paco Rallo o Emilio Benedicto, un pintor que murió joven.

 Cuando lo llevaba a las montañas lo pasaba mal. Fumaba mucho. ¿No podía respirar?

No. No. Pasaba miedo en las cumbres y los desniveles. Miedo no, pánico. Era un pintor muy fino.

Bueno, ya ha salido la montaña. ¿Qué significa para usted?

Mucho. Soy montañero desde muy joven. Desde los 16 o 17 años, y me apunté a Montañeros de Aragón. Cuando fui al Pirineo y vi el Cañón de Añisclo y Ordesa, me quedé extasiado. Como se lo digo. De verdad: se me pusieron los pelos de punta de pura emoción. Y me dije: «Ya no quiero otras montañas». En cuando llegaba la Semana Santa allá me iba. Fui el culpable de que algunos amigos pintores se fueran a la montaña. Esa pasión, como habrá visto, ha pasado a mis lienzos. Ahí están los paisajes o lugares como Riglos, que se refleja en el Gállego. Cómo me ha gustado ese espacio y cómo lo he retratado. ¿Sabe una cosa?

Díganos Domingo…

Los compañeros me llamaban Azcona y decían: «Azcona ni anda ni baja: vuela». Era verdad: corría mucho, era como si tuviera las rodillas de piedra y de goma. Íbamos mucho a Bielsa, y allí los que me conocían me pedían que los llevasen por los montes como si fuera un guía.

¿Hasta cuándo estuvo en la Escuela de Artes y Oficios?

Los siete cursos. Me incorporé al taller de mi padre, y pronto puso en la fachada el rótulo ‘Matías Sanz e hijos S. A.’ y allí trabajé toda mi vida hasta 1998, en que me jubilé del todo. A la vez fui desarrollando mi carrera. A veces, algunos compañeros me dicen que hay en mí doce pintores y que por eso no se reconoce mi obra.

¿Y usted qué piensa?

Que he hecho un poco de todo: paisajes, desnudo, he hecho muchos desnudos, pueblos y monumentos (pienso en Granada o en Albarracín, entre muchos otros), pero también he sido abstracto. Lo fui de joven y lo soy en otros momentos de mi vida, aunque lo hacía casi a hurtadillas. Yo nunca quise renunciar a la academia, a lo que había, y otros dieron el salto a la abstracción, no les salía el dibujo, y lo hacían de maravilla.

Fue amigo de Fermín Aguayo y de Francisco Marín Bagüés.

Conozco bien la historia de Aguayo, le habían matado a su padre y a un hermano, y se fue de aquí a París y arrojaron sus cuadros a la calle en el paseo de la Mina. Le dijo a un amigo que me dijera que algún día yo «pintaría abstracto». A Marín Bagüés lo veía en el Museo de Zaragoza. Tenía una buhardilla donde restauraba óleos. Yo iba mucho a copiar cuadros del siglo XIX que me gustaban mucho. Hablábamos y, siendo yo aún joven, me trataba de colega. Fue cariñoso. También estuve muy vinculado a Helios, a sus formidables nadadores y al Estudio Goya. No era un antro de fascistas, como he leído: a dos los fusilaron; otros dos se fueron a México; Alberto Duce tuvo que marcharse a la Legión para salvar el cuello. He ido mucho.

¿Quiénes son sus artistas?

Goya, por encima de todos. Logra cosas de las que ni él es consciente. Es formidable; me parece más cálido que Velázquez, otro maestro, y también me gusta mucho Rembrandt. Y entre los aragoneses, Luis Berdejo. Uno de mis grandes amigos fue José Cerdá Udina, padre de Pepe, que dibujaba muy bien. Me hizo reír mucho: me hizo la vida muy feliz. Otro gran amigo que trabajó con nosotros y en HERALDO fue Teodoro Pérez Bordetas, era un dibujante extraordinario y una buenísima persona.

¿Su mejor exposición?

Una en Albarracín, que organizó mi querido Luis García Bandrés. He pintado mucho ese lugar.

Uno de los cuadros más espectaculares de Domingo Sanz Azcona: su visión del Pilar y del Ebro.
Uno de los cuadros más espectaculares de Domingo Sanz Azcona: su visión del Pilar y del Ebro.
Florencio de Pedro/Domingo Sanz Azcona.
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