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La extraña amistad que mantuvieron las dos leyendas trágicas del boxeo: Urtain y Perico

El escritor Felipe Luis Manero dedica una biografía al púgil vasco y evoca su complicidad con el aragonés que fue campeón del mundo

Perico se proclama campeón de Europa en la plaza de toros de Zaragoza en 1975.
Perico se proclama campeón de Europa en la plaza de toros de Zaragoza en 1975.
Arturo Burgos/Heraldo.es

ZARAGOZA. Para algunos el boxeo es, tal vez, el deporte más cinematográfico y literario que existe. Ha dado películas memorables como ‘Cuerpos y almas’, ‘Toro Salvaje’ o ‘Más dura será la caída’, título de Robert Robson que también es una metáfora del pugilismo, esa actividad donde los boxeadores «se machacan la cara con desorden», como escribió el experto Eduardo Arroyo. Jack London, Hemingway, Norman Mailer, Joyce Carol Oates e Ignacio Aldecoa han escrito excelentes páginas.

A todos ellos, y a muchos otros, se suma ahora el periodista y escritor Felipe de Luis Manero (Madrid, 1984), que firma el libro ‘Urtain. Retrato de una época’ (Pepitas ed.), donde cuenta la vida, los éxitos y la fatalidad del ‘Tigre de Cestona’, que fue campeón de Europa de los pesos pesados, en dos ocasiones, y firmó peleas bravas con Peter Weiland, Jürgen Blind y Henry Cooper, el hombre que tumbó por primera vez al entonces invencible Cassius Clay.

Urtain, como se sabe, encarna a la perfección las paradojas del pugilismo: surgió de la nada, del caserío, de una vida sencilla como levantador de piedras, fue manejado por promotores sin escrúpulos que le hicieron crecer y generar ilusiones mediante sucesivos tongos, y luego la vida, con su soberbia y su vulnerabilidad a cuestas, le fue dando un revés tras otro. Tras el éxito y ser un héroe nacional, probó muchas cosas, buscó que le quisieran –lo había logrado con su mujer Cecilia; luego lo intentó con Marisa–, regresó una y otra vez al cuadrilátero, recibió varias palizas, probó suerte en la restauración y como falso relaciones públicas de un garito de noche. Inexorablemente, vencido por sí mismo e inclinado al camorrismo gratuito, arruinado por completo y víctima del alcohol, acuciado por la fatalidad, acabó arrojándose al vacío desde un décimo piso. Nacido en 1943, puso fin a su vida en 1992. No había cumplido 50 años.

José Manuel Ibar Urtain fue un héroe de aquella España de finales de los 60 y principios de los 70. En realidad, si pensamos en boxeadores de calidad contrastada como Pedro Carrasco, José Legrá,Miguel Velázquez o Pepe Durán, Urtain fue un paquete con pegada y un espejismo más bien fugaz que cosechó elogios de periodistas tan finos como Manuel Alcántara: fue a la vez leyenda y tragedia. Varios de los boxeadores citados fueron buenos amigos suyos y algunos lo ayudaron económicamente en los malos momentos.

En el libro hay un capítulo, ‘El bohemio nacido para el boxeo’, dedicado a Perico Fernández, que empieza cuando el campeón aragonés, ya desmemoriado, es también un juguete roto y no tiene donde caerse muerto. Y parece envuelto en un delirio que le lleva a recordar sus días de gloria, desde el día que ganó el campeonato de España. Recuerda  Felipe de Luis Manero: «Murió a los sesenta y cuatro años y dejó cinco hijos de varias mujeres distintas a los que –quién sabe si por cobrarse una venganza que ni él mismo llegó a reconocer en su interior– tampoco trató demasiado».

Portada del libro de Felipe de Luis Manero, que publica Pepitas.
Portada del libro de Felipe de Luis Manero, que publica Pepitas.
Archivo HA.

Un bohemio que pegaba duro

Tras glosar sus grandes combates –con Tony Ortiz, Cera, Lion Furuyama y Joao Henrique y «las terribles derrotas ante Suansak Muangsurin»- escribe: «La de Perico Hernández fue en general una vida difícil, con un breve inteludio festivo, es cierto, pero complicada la mayor parte del tiempo. Era un chico de calle y la calle nunca salió de él. Cenaba bocadillos de queso envueltos en papel de aluminio en hoteles de lujo y prefería la cerveza de lata a cualquier vino de reserva».

Añade algo más: «Lo de ‘bohemio nacido para el boxeo’ surgió de la pluma de Manolo Alcántara. Y sí, era un bohemio, pero un bohemio quinqui, un bohemio de brazos flacos y venas marcadas, un Robe Iniesta del boxeo, un ‘outsider’. Y al parecer este chaval maño, de acento siempre pronunciado, fraguó una amistad extraña (como extraño todo era en él) con Urtain. Fue una relación sustentada en la noche, en salidas disparatadas en las que ambos agotaban los quince asaltos».

Para Manero, que ha leído todo sobre Urtain (incluyendo el libro de José María García, que fue amigo y enemigo, y el drama de Juan Cavestany), esta extraña amistad confirmaría «esa aura especial» que envolvía a Urtain, «ese encanto inexplicable que hizo que un genio alejado de todos los márgenes del planeta como Perico se colgara de brazo para colgar Madrid. Eran dos extraterrestres que creyeron encontrar en los ojos de uno una luz vagamente familiar, un reflejo de sí mismos, un destello agradable».

Un retrato de sus inicios de Urtain.
Un retrato de sus inicios de Urtain.
Archivo HA.
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