Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Mauricio Aznar o el arte de volverse mito

Pepe Lorente y su guitarra, la estela de Mauricio Aznar y su música.
Pepe Lorente y su guitarra, la estela de Mauricio Aznar y su música.
Archivo Heraldo.

Todos tenemos una imagen de Mauricio Aznar (Zaragoza, 1964-2000), el músico y perseguidor de sonidos esenciales y de sí mismo, al que un magistral e implicado Pepe Lorente da vida en ‘La estrella azul’ de Javier Macipe, otro joven obsesionado que se sentía partícipe de un mandato, de un empeño, de un sueño. Macipe ha invertido casi una década en fraguar esta partitura de emociones y Lorente ha invertido cuatro años, de pensamientos, humor y trabajos de clown y adaptación.

La película es el intento de retratar a un cantante carismático capaz de hacer muchas cosas: deslumbrar en el rockabilly; seducir en el rock con Más Birras, con temas como ‘Cass’, ‘Apuesta por el rock and roll’ o ‘Hay una cruz en el Saso’; o de aferrarse a una raíz que tenía lejos de casa y se instaló en el centro insomne de su corazón: la música argentina, la vocalización de Atahualpa Yupanqui, los rasgueos precisos de su guitarra. Eso cristalizó en cierto modo en su grupo Almagato.

Mauricio Aznar era un rebelde y un buscador de tesoros, el buscavidas, desasosegado más allá de la apariencia de su sonrisa, que anhelaba razones para existir y para aliviar rechazos y un dolor inconfesable. La película, como dice Pepe Lorente, es en el fondo la busca de un refugio, de una casa habitada por el afecto, y por las palabras y los sones de la felicidad. Quizá nunca entendió la incomprensión paterna.

Inge Müller, la madre coraje, quiso a su hijos con un cariño intenso: los amaba, los protegía, los mimaba, los sufría y padecía, de un modo inefable, su desubicación, su soledad, sus heridas. Le pasó con Pedro, enamorado de Bach y Beethoven, un talentazo abrasado por su lucidez y su feroz autocrítica, y le pasó con Mauricio, que parecía distinto, más inocente, el niño perpetuo que buscaba lo elemental montado en bicicleta o cantando en plena calle. ‘La estrella azul’ es un drama (el espasmo del dolor persiste y se resuelve bellamente con elipsis) y un melodrama, es una comedia y una odisea iniciática, y es el intento de huir de la sombra amenazante, de esa autodestrucción que va y viene, insolente y rabiosa, y lanza sus dardos venenosos. Es una película que abraza a un personaje, nuestro ‘Sugar Man’ Sixto Rodríguez si aceptamos las simetrías, a la vocación y al encuentro en la brasa del cantar.

Fabricante de himnos modernos con Gabriel Sopeña (¡Ánimo, trovador y cantante. Mucha salud!), y con los Carabajal y los escritores de tangos, zaragozano de las dos orillas, Mauricio Aznar se ha convertido en mito, en la capitana sonora del tiempo que nos lleva, y vemos sus rostros, su frescura y su fragilidad, su inclinación a la pureza del amor. Supo que pocas cosas hay tan poderosas como unos versos, una melodía y unos pases de baile.

Uno de los fotogramas de la película: Mauricio (Pepe Lorente) descubre la música de Santiago del Estero y a esa niña que lleva sobre los hombros, a la que le deja tocar su guitarra.
Uno de los fotogramas de la película: Mauricio (Pepe Lorente) descubre la música de Santiago del Estero y a esa niña que lleva sobre los hombros, a la que le deja tocar su guitarra.
Archivo Heraldo/La Estrella azul.
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