A Belén, Pastori
Reciente ganadora del Grammy Latino al mejor álbum flamenco por ‘Camino’, Niña Pastori congregó el miércoles 27 de diciembre a una numerosa parroquia de adeptos en una sala Mozart casi llena. Como buena gaditana, comenzó la actuación por alegrías, invocando –proyección visual mediante– a Rancapino y Juan Villar y con sus músicos marcando el compás con bastones. Mas a continuación tuvo la osadía de atreverse con ‘El cantante’, obra cumbre de Héctor Lavoe (y compuesta por Rubén Blades), y por ahí la cosa hizo aguas, en un quiero y no puedo lastrado además por un sonido más que deficiente, al menos en las primeras filas que ocupábamos.
La voz de la Pastori poco clara, apenas inteligible, perdida en un bullicio estridente (más tarde comprobamos que en la zona media de la sala el sonido era un poco mejor, pero vaya). También hubo guiño para Juan Luis Guerra y sus ‘Burbujas de amor’. Y, sobre todo, abundancia de tangos y rumbas (‘Pon que dale’, esa ‘Bon día’ que parece la versión catalana de ‘Vente pa’ Madrid’). Aclaró la cantaora que andaban todos bastante griposos, lo cual puede servir de atenuante hasta cierto punto; pero en general la propuesta de Niña Pastori se ciñe a las líneas de un flamenquito liviano y festero, apto para todos los públicos y que no entra en jonduras.
En ese sentido, propósito conseguido; sus fieles la jalearon, le gritaron ¡guapa! y lo pasaron en grande. Curiosamente, uno de los momentos de mayor enjundia fue un interludio instrumental con Chaboli a los mandos, cambiando las percusiones por la guitarra. Volvió luego a acaparar protagonismo Chaboli en una reivindicación del pueblo gitano con inequívoco perfume a Ketama. Y de ahí hasta el final, más de lo mismo: unas aceptables bulerías, más rumba mezclando lo flamenco y lo afrocubano, una fiestecita flamenca propia de estas fechas en que todo el mundo es bueno.
