Paula Uribe: "Los arqueólogos necesitaremos siempre rasqueta y cepillo"

La arqueóloga y profesora universitaria zaragozana es pionera en el uso de drones en los estudios de yacimientos antiguos

Paula Uribe, profesora de la Universidad de Zaragoza y pionera en el uso de drones aplicados a la arqueología.
Paula Uribe, profesora de la Universidad de Zaragoza y pionera en el uso de drones aplicados a la arqueología.
Francisco Jiménez

Nacida en Zaragoza en 1979, es profesora titular de la Universidad de Zaragoza y pionera en el uso de drones para estudiar yacimientos arqueológicos.

Usted es arqueóloga por las películas de Indiana Jones.
No. Pero soy vocacional, eso sí. De pequeña me gustaba la historia de griegos y romanos, mi padre me enseñaba a distinguir los tipos de capiteles, mi profesor de griego en el instituto despertó mi interés por ‘La Odisea’...

Y en su casa no lograron quitarle la idea de la cabeza.
Me aconsejaban hacer Filología Inglesa, le veían más salidas profesionales. Pero el inglés, la verdad, no es mi pasión.

El arqueólogo sigue siendo un poco incomprendido. Todavía hay quien cree que lo que hacen ustedes no sirve para mucho.
Me hace mucha gracia cuando oigo eso de "«¡pero si esas piedras rotas no sirven para nada!". Las ‘piedras rotas’ que sacamos los arqueólogos son la base de nuestra civilización. Sin ellas no nos entenderíamos, no sabríamos lo que hay detrás de palabras como democracia o logaritmo. Afortunadamente, esta incomprensión se da cada vez menos. El libro de Irene Vallejo ha ayudado mucho.

Por cierto, ¿por qué hay que leer hoy ‘La Odisea?
Porque es un máster en relaciones humanas: enseña que la vida es breve y hay que aprovecharla.

Usted ha revolucionado la arqueología aragonesa. Hace casi una decena de años que, junto a Jorge Angás, empezó a utilizar los drones en su trabajo.
Tanto como revolucionado, no. Lo que sí hicimos fue ver qué era lo que estaban haciendo nuestros colegas europeos y explorar las posibilidades de estudiar los yacimientos con drones que incorporaran cámaras térmicas y de infrarrojos. Pero el camino no ha sido fácil: cuando empezamos, esos drones, que ahora se comercializan, los tuvimos que diseñar.

¿Llegará un momento en el que no será necesario el trabajo de campo para saber qué esconde un terreno?
No creo, al menos no con la tecnología actual. La arqueología, hoy, es un trabajo multisistema, pero hay datos que no se tienen sin una excavación. Los drones te indican unas estructuras pero tú ignoras si corresponden a una villa romana o a una granja del siglo XIX. Sin secuencia estratigráfica no hay arqueología: siempre necesitaremos rasqueta y cepillo.

¡Una cámara térmica para estudiar un yacimiento! ¿Qué aporta? 
Nos costó mucho interpretar los datos que nos ofrecen los drones. En la ciudad celtibérica de Valdeherrera vimos cómo respondía la vegetación y constatamos que, si crece sobre un muro, se agosta, amarillea antes que el resto. Eso te permite, controlando mucho los tiempos y planificando el trabajo, pasar los drones en el momento idóneo e intuir el trazado de muros que están en el subsuelo.

¿Por qué son tan buenos los arqueólogos aragoneses?
Por los profesores que los han formado en la Universidad desde el Departamento de Ciencias de la Antigüedad.

Aunque tenemos mucho patrimonio arqueológico, hay una sensación general de que todo son proyectos inacabados.
Porque ‘vendemos’ muy mal ese patrimonio. A la hora de explotar o atraer al turismo nos centramos en otros recursos, como la nieve, y aún no nos creemos que el patrimonio arqueológico puede generar turismo e ingresos. Hace falta financiación, no solo para excavar y poner en valor un yacimiento, sino sobre todo para mantenerlo.

¿Hemos acabado con el expolio de los yacimientos arqueológicos?
No, sigue siendo un problema grave. Este verano, por ejemplo, cuando estábamos trabajando en el yacimiento de El Forau de la Tuta, en Artieda, nos encontramos a un norteamericano que estaba allí con un detector de metales. Y no solo eso, sino que nos confesó que su idea era crear una empresa turística para llevar allí a otros norteamericanos que pasaran sus vacaciones usando el detector. Lo denunciamos a la Guardia Civil, lógicamente. Había llegado allí por el eco que había tenido en la prensa internacional la noticia de los hallazgos.

La difusión es importante. 
Desde luego. Pero los arqueólogos estamos entre la espada y la pared: divulgar los hallazgos también supone un peligro.

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