CINE. OCIO Y CULTURA

Carlos Saura deja 'Casi unas memorias' de las claves de su vida: la foto, la música y el cine

Taurus publica ‘De imágenes también se vive’, el libro que el realizador oscense inició en la pandemia, en abril de 2020, y no pudo concluir

la familia Saura: Antonio Saura con su primera esposa, el padre, Pilar y Carlos, en Suances, Santander.
la familia Saura: Antonio Saura con su primera esposa, el padre, Pilar y Carlos, en Suances, Santander.
Carlos Saura.

“Voy a tratar de poner en orden algunas de las imágenes, los recuerdos, las reflexiones que he ido acumulando a lo largo de los años”, anuncia Carlos Saura en el prólogo a ‘De imágenes también se vive. Casi unas memorias’, publicadas por Taurus, que salen mañana a la venta. El oscense inició la redacción en abril de 2020, en plena pandemia: le pide al lector que “tenga paciencia con este director de cine, teatro y ópera convertido en literato”. Ofrece de entrada una pequeña colección de citas, y las desmiente a todos a maestros como Gracián, Goya y Valle-Inclán y afirma que para él “las cosas son como las vimos y las vivimos y nos acompañan en este viaje que es la vida”.

Carlos Saura (Huesca, 1932-Madrid, 2023) alterna dos métodos: el carrete propio de la memoria, con abundantes revelaciones (algunas novedosas, especialmente todo lo referido el núcleo familiar, al sexo y al deseo desde muy joven, a la iniciación con prostitutas en pleno servicio militar), y la recuperación de textos que había publicado en distintos lugares. Destaca, esto días en los que se reedita ‘La hora violeta’ de Sergio del Molino, una confesión dolorosa de un padre ante la muerte, en 1987, de su hijo Manuel (el primer vástago que tuvo con Mercedes Pérez) a consecuencia de leucemia. Quizá las páginas más deslumbrantes sean las referidas a su niñez: en la Guerra Civil (con “un miedo espantoso, irracional, el miedo espantoso de cataclismo universal, miedo a la negrura y a la noche”), en sus éxodos a Barcelona y Madrid, un tío salesiano, Maxi, le enseñó a leer y escribir, en sus viajes a Huesca (llama la atención un momento en que le deja solo un tío y muerto de miedo se pregunta: “¿Qué podría hacer yo si me pierdo?”); en esos trayectos, casi siempre, durante años, en compañía de su madre Fermina Atarés: ella, pianista, le contagió la pasión por la música y tenía en su cabeza el deseo de regresar a la ciudad y pasear con sus amigas de la adolescencia. 

Autorretrato de Carlos Saura, realizado en Berlín en 1994.
Autorretrato de Carlos Saura, realizado en Berlín en 1994.
Carlos Saura.

Carlos Saura, que fue bastantes cosas antes de ser fotógrafo y cineasta (dice, por cierto, que a los nueve años ya construía cámaras), recuerda que hubo una época de su vida que visitó muchos cementerios; uno de los detalles más curiosos y humorísticos es cuando fue con sus padres a buscar en el Fiat 1400 al cementerio de la Almudena los restos de una abuela que quería reposar en Huesca, recuerdo que usó en el inicio de ‘La prima Angélica’. Y otro detalle es que su madre quería pasar un par de horas en el monasterio de Piedra, adonde iba de luna de miel.

Carlos Saura, que siempre miraba hacia delante, tiene una memoria prodigiosa. Una de las aportaciones de este volumen de casi 400 páginas muy gozosas, de capítulos cortos, es que se ve cómo su propia vida con múltiples detalles pasaba a muchas de sus películas, en forma de secuencia, homenaje o recuerdos simbólicos. Sigue un orden cronológico, pero de vez cuando los recuerdos alteran la secuencia.

Antes de inclinarse por la fotografía y el cine fue y quiso ser muchas cosas: “Quise ser bailaor flamenco. Dirigí una imprenta. Pensé seriamente en dedicarme a correr en motocicletas”. Y todos esos anhelos convivían con el deseo de establecer una relación sexual con las chicas -su primera novia fue Sonsoles, aletargada por la represión; la segunda una noruega, Elsa, según relata–. Luego apareció la fotografía, sobre la que reflexiona mucho, primero como fotógrafo documental; subraya también su pasión por los álbumes y otros asuntos. Y luego, impulsado un poco por el zaragozano Eduardo Ducay, viene el cine, con ‘Carta de Sanabria’ y luego con ‘Cuenca’, una ciudad que es clave en su vida y en la de su hermano Antonio. 

Portada del libro de Carlos Saura.
Portada del libro de Carlos Saura.
Elisabetta A. Villa/Taurus.

En 1957, en Montpellier, coincide con otros dos zaragozanos, José Francisco Aranda (biógrafo y estudioso de Buñuel) y Conchita Buñuel, y allí ve tres películas del director: ‘Él’, ‘Subida al cielo’ y ‘La vida secreta de Archibaldo de la Cruz’. “No puedo explicar el qué, pero algo se modifica en mí después de su visión, son un verdadero descubrimiento”. Eran, entre otras cosas, la libertad expresiva, el uso de la imaginación y “un cierto humor aragonés que conocía bien”. Tres años más tarde conoce a Luis Buñuel en Cannes, en la proyección de ‘Los golfos’. “Desde ese momento, fue mi amigo, mi querido amigo”. Antes lo había visto en una terraza, discutiendo con Henry Miller, al que le dijo: “El erotismo está bien, pero no la pornografía”. 

En Montpellier en 1957, ve tres películas del director Luis Buñuel. ‘Él’, ‘Subida al cielo’ y ‘La vida secreta de Archibaldo de la Cruz’. “No puedo explicar el qué, pero algo se modifica en mí después de su visión, son un verdadero descubrimiento”

Luis Buñuel está muy presente en el libro: viajaron juntos, estuvieron en Toledo y Cuenca y Calaceite, etc.  Dice Saura: "... si tuviera la ocasión les diría a los más jóvenes que vieran sus películas no como un hito cultural, ni como la obra del santón entronizado bajo palio, sino como la obra de un hombre honesto, poderoso y sensible a la vez, que supo rescatar del páramo viejas y siempre nuevas ideas, que se enfrentó con los tópicos, que utilizó la imaginación como arma poderosa que es, dándole vuelos que alcanzaron alturas difíciles de alcanzar. Ese buceador de nuestras profundidades nos mostró el camino de un cine renovador y personal, que desgraciadamente olvidamos con demasiado frecuencia". Y recupera varios pensamientos suyos durante un paseo por la Gran Vía madrileña: "La libertad por supuesto no existe: es un fantasma. Un solo es libre si uno se siente libre". Y "La imaginación es inocente, porque uno puede cometer las mayores atrocidades sin hacer daño a nadie".

El libro de Carlos Saura lo aborda todo: el hambre, la posguerra española, el impacto del Opus Dei, la represión religiosa, la amistad (recuerda con cariño a Mario Camus, Charles Chaplin y Rafael Azcona, entre otros), cómo entendía el cine, la pasión por el flamenco, la importancia de los actores ( "Admiro mucho a los actores, porque en ellos ponemos  nuestra confianza y nuestros deseos. Ponerse en la piel de otro es dificilísimo", dice y coincide con Rafaela Aparicio sobre la gran calidad de José Luis López Vázquez), la vejez, las cámaras de fotografía (sus ‘ángeles de la guarda’) o sus cuatro mujeres: Adela Medrano, Geraldine Chaplin, Mercedes Pérez y Eulália Ramon, destinataria de un precios texto sobre el amor: ‘La pasión amorosa’. Ya de paso subraya: “Me gusta la soledad, pero la soledad compartida, que respeten mis momentos de soledad, como yo respeto la soledad de los demás”.

Este libro no pasará inadvertido. Se leerá y se releerá. Tiene muchas migajas, confesiones, teorías, revelaciones, sabiduría y una sinceridad que a veces puede resultar abrumadora. Carlos Saura confiesa: "Tengo la sensación de haber estado en muchas partes y en ninguna, y de no haber participado activamente en nada esencial, de haber pasado por la vida como un soplo; o mejor dicho, la vida o los años han barrido muchas cosas de las que desearía tener tiempo para acordarme".

Uno de los más hermosos retratos femeninos de Carlos Saura.
Uno de los más hermosos retratos femeninos de Carlos Saura.
Carlos Saura.

LA FICHA

'De imágenes también se vive. Casi unas memorias'. Carlos Saura. Taurus. Epílogo de Elsa Fernández Santos. Madrid, 2023. 383 páginas.

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