Día Internacional de la danza 

“En la sala de danza todo el mundo tiene su lugar”

Este sábado es el Día Internacional de la danza, fecha en que se conmemora que esta disciplina no entiende de límites, ni géneros, ni de edad; y en la escuela zaragozana de Carmen Aldana lo celebraban de la mejor manera posible: bailando.

Carmen Aldana y Nieves Jorcano, en clase de danza.
Carmen Aldana y Nieves Jorcano, en clase de danza.
Camino Ivars

Hace tiempo que el sonido del piano entró a formar parte del día a día de quienes transitan por la calle José Pardo Sastrón, vía que une el Coso con el teatro Romano de Zaragoza. Allí se encuentra la escuela de danza de Carmen Aldana, que heredó el local de la conocida Emilia Bailo y que, hace cinco años decidió lanzarse a la aventura de dirigir su propia escuela. Esta madrileña llegó a la capital aragonesa por amor… en este caso a la danza.

Tras pasar por la escuela del Ballet Nacional en Madrid, con 20 años llegó a Zaragoza, donde se formó en la prestigiosa escuela de María de Ávila, lugar en el que posteriormente trabajó como maestra durante más de 18 años. Este sábado, día Internacional de la Danza, lo celebra desde su propia escuela, con más de un centenar de alumnas divididas en ocho grupos, tanto de danza clásica como contemporánea. En cuanto al perfil, las hay de todas las edades, desde los 4 años hasta los 70. Porque, como reivindica la profesora, “el amor a la danza no tiene edad”.

Son las 11.30 de un jueves cualquiera. Nos adentramos en la sala de baile de la escuela durante la clase de iniciación de danza clásica de uno de sus grupos de adultas. En su interior nos encontramos a una veintena de mujeres que practican, al ritmo de la música clásica y agarradas a una barra de ballet, los diferentes pasos que propone la maestra. Hay psicólogas, dentistas, médicos, productoras de cine, profesoras de yoga, historiadoras, jubiladas… y las edades de estas alumnas oscilan entre los 23 y los 64 años.

“Plié, demi plié; plié, demi plié…”, cada una a su ritmo, las alumnas; ataviadas con maillots de colores oscuros y medias clásicas de ballet, de color blanco, se esmeran en seguir los pasos de la maestra. Algunas tan solo llevan un par de clases. Otras, en cambio, han bailado toda su vida.

En clase en la escuela de danza de Carmen Aldana.
En clase en la escuela de danza de Carmen Aldana.
Camino Ivars

“La danza clásica es la base, cuya técnica te da la libertad de poder realizar cualquier otro tipo de danza. Aquí, la alumna prepara su cuerpo para cualquier otra disciplina”, explica la profesora, que a pesar de que comenzó a bailar con tan solo 4 años, asegura que en su vida ha sido más maestra que bailarina. “Me apasiona lo que hago, esto es mi vida”, reivindica. Algo que, sin duda, se ve en sus clases. “Hay gente que llega a la escuela porque bailó cuando era niña, aunque algunas deciden lanzarse sin tener una base previa, por probar”, específica.

La verdad es que nada de esto importa, en la sala de danza todo el mundo encuentra su lugar. ¿Las claves? Como para casi todo en la vida: paciencia, ganas y practicar, practicar y practicar. “También es importante la actitud, y no tener miedo a fallar. Esto no es solo algo físico, es un trabajo de disciplina y de voluntad”, destaca. Y aunque reconoce que se trata de una práctica exigente y rigurosa, asegura que cuando te enamoras de la danza, “ya nunca la vas a poder dejar”.

Un lenguaje universal

Y si no que se lo digan a Nieves Jorcano (64), la alumna más mayor del aula que empezó a bailar hace un par de años, poco después de la pandemia “y solo por probar”. “Una amiga me dijo que por qué no nos apuntábamos, y aquí estoy dos años después”, admite esta administrativa prejubilada, que destaca el conjunto de valores que le ha aportado la danza. “Hemos creado un grupo muy majo, y es algo que me hace sentir muy bien, tanto mental como físicamente”, asegura.

“El estilo es lo de menos. En mi caso me ha permitido conocer mejor mi cuerpo, y aunque al principio el tema de la edad me daba mucho respeto, reconozco que no he sentido en ningún momento que no pudiera aprender a bailar”, reivindica.

María Ayllón, en clase de danza.
María Ayllón, en clase de danza.
Camino Ivars

Justo al frente encontramos a la más joven del grupo, la historiadora María Ayllón (23), que comenzó a bailar cuando apenas había aprendido a andar. “Siempre he bailado de forma amateur, pero me apasiona. Sueño con dedicarme a las artes escénicas y bailar es lo que más me gusta”, explica. Porque, como le ocurre a muchas de sus compañeras, la danza se ha convertido en una forma de expresarse sin hablar: “La danza lo es todo para mí, lo he hecho desde niña. Es un lenguaje universal capaz de llegar a cualquier lugar”.

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