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La ordenación del caos (En el taller de José-Carlos Mainer)

HERALDO.ES ofrece el texto que la historiadora de la literatura Lola Albiac dedicó a su marido al ingresar en la Caja de las Letras del Cervantes

José-Carlos Mainer, director de varias colecciones y coordinador de historias literarias, en su casa de Zaragoza.
José-Carlos Mainer, director de varias colecciones y coordinador de historias literarias, en su casa de Zaragoza.
Toni Galán.

El caso empezó en tercero de Filología Románica, que fue cuando conocí a José-Carlos y parte de sus peculiares métodos de trabajo. Me sorprendió su capacidad para hacer varias cosas a la vez, concentrándose en cada una de ellas y haciéndolas bien. Tomaba apuntes en libretas marrones de espiral; unos apuntes mínimos, sintéticos, pero que resumían con llamativo rigor lo explicado en clase y a los que solía añadir de su cosecha, y con la misma economía redaccional, vinculaciones con otros autores, obras o periodos estéticos. El suyo era el estilo ahorrativo, llano y sugeridor de la persona que piensa relacionando. Mientras anotaba lo oído, más sus 'addenda', en esa misma página, intercalándolo con los apuntes, dibujaba: normalmente al profesor o tema relacionado con su materia (un caballero con yelmo en clase de Riquer o un fantasma en la de Castro y Calvo).

Lo hacía con intensidad y perfección y el gesto –que no ha perdido– de morderse el labio inferior, delataba su grado de concentración. Como retratista ocasional se especializó en Riquer: le salía clavado.

En los ulteriores 55 años de convivencia me he enterado de más cosas. Abandoné pronto la mesa que nos hicieron de encargo (200x90cms y una doble fila de cajones en medio), para poder trabajar uno a cada lado. Aquella especie de portaaviones ocupaba, en un piso no grande, casi todo el suelo de una biblioteca que, con los libros de ambos, se quedó también sin paredes. Hasta el día de hoy todo lo que ha publicado José-Carlos lo ha escrito, en su totalidad, a mano.

Los manuscritos y el ordenador

Toma notas en la mesa portaaviones, de pie ante las baldas del pasillo con el volumen del que extrae el dato, o por bibliotecas, archivos o cualquier librería donde encuentra una referencia. En el manuscrito añade, corrige, tacha, siempre obsesionado tanto por el rigor y exhaustividad de los datos, como por el orden y claridad de las frases. Por lo común, corrige poco: el texto lo tiene tan pensado y cartesianamente ordenado que suele salir de manera fluida y bien escrita.

A veces, la búsqueda de un informe o referencia que le llega a la mente o le ha sugerido alguna lectura y que necesita para completar o modificar el trabajo, lo lleva a interrumpir la redacción y buscar en archivos, museos, donde quiera que pueda hallar noticia y, si es menester, va a otra ciudad. Nunca deja nada «colgado» y advierte siempre, con honestidad, qué datos de interés no ha podido hallar, se han hecho desaparecer… o quienes los tienen no se los facilitan.

Los manuscritos, corregidos, pasaban en su momento a la Olivetti verde y –ya muy tardíamente… fue converso de última hora– al ordenador, donde apenas hacía modificaciones. El ordenador, por la facilidad de tachar, cambiar de lugar, agregar… le ha dado una mayor libertad frente al manuscrito que ya no siempre se amplía y corrige en el folio, sino directamente en el Mac, viendo la pantalla. Creo que he dado la impresión, cierta, de su gran capacidad de trabajo, intensidad y fluidez de pensamiento, a esto he de añadir la generosidad con que ha compartido datos con los colegas y alumnos, o se los ha buscado con un desprendimiento y naturalidad que lo definen. Pero … no hay trabajo bien hecho sin dolor y el de José-Carlos empieza cuando teniendo escrito el trabajo (sea un libro o columna de periódico) ha de poner en la hoja en blanco la primera palabra que deberá ser impresa, la frase inicial y los primeros párrafos definitivos.

Lola Albiac y José-Carlos Mainer a principios de los 70 en Lisboa.
Lola Albiac y José-Carlos Mainer a principios de los 70 en Lisboa.
Archivo Albiac & Mainer

Su demonio meridiano lo enfrenta a un muy real horror vacui que, con lo riguroso que es y lo que le preocupa la pulcritud del estilo, le hace pasar zozobras que pueden ser largas, en las que repasa notas, pasea por la casa, lee… «Mira, –le he dicho a veces– pon cualquier tontuna y la vas corrigiendo. Pero tú empieza la página». No ha conservado los manuscritos, «porque ya estaba el texto mecanografiado o impreso». Nunca pensó que un generoso, admirado y muy querido amigo, un día, le ofrecería una Caja de las Letras en un santuario acogido a la memoria de Cervantes, donde dejar muestra de su caligrafía clara y elegante y de las pocas, mínimas, correcciones gramaticales o de estilo que hace. Si ha encontrado algo no es este momento de preguntarle.

He dicho que abandoné pronto la mesa portaaviones. A este caos añadió otro sonoro y los domingos oía el Carrusel Deportivo, sin que los goles, patadas al esférico, los córneres y vociferantes iteraciones del locutor lo desconcentraran, lo más mínimo, de su trabajo.… y vuelve con todo lujo de sonidos; frecuentemente, llevado por la sorpresa o la emoción, a veces la ira, me leía literalmente ‘et cum commento’, las barbaridades que dijo en tal cual ocasión Giménez Caballero, García Serrano, tal admirable frase de Machado o de Azaña … Me mostraba el diseño de la revista ‘Hermes’ y, en cuestión de días, trasladé mis bártulos al primer rincón libre de la casa donde cupo una mesa de pino sin pintar, que compré en una vieja tienda de muebles de cocina del carrer de la Cucurulla.

Me perdí la posibilidad de adquirir una importante cultura de literatura fascista, republicana, del mundo de las revistas y, en general, del siglo XIX y XX, pero salvé a Pérez de Ayala y, con el tiempo, pude doctorarme en Filología Románica, que es la misma titulación de José-Carlos.

Hoy, con experiencia, puedo definir a José-Carlos, como un gran Ordenador del Caos (con mayúscula). La mesa portaaviones se pobló pronto de folios, cuartillas, notas, fotocopias, hojas de libreta, unas en montón, otras diseminadas en perfecto desorden, pero que él controlaba con precisión geológica: sabía en qué anticlinal de papeles y a qué profundidad exacta debía introducir los dedos para sacar el trozo de cuartilla donde estaba la nota deseada. A este caos añadió otro sonoro y los domingos oía el Carrusel Deportivo, sin que los goles, patadas al esférico, los córneres y vociferantes iteraciones del locutor lo desconcentraran, lo más mínimo, de su trabajo.

La filología y otra cosa

José-Carlos creaba ordenando ese caos, al que se añadiría otro más personal: nació Gabriel y luego Irene… Como nuestros horarios en la Universidad no coincidían, muchas tardes José-Carlos, escribía, leía, tecleaba, buscaba sus notas por entre la peculiar tectónica papelera de la mesa con un bebé en brazos que intentaba arrancarle las gafas o comerse un botón de la camisa. Con todo y con eso, durante años, no renunció al ‘Carrusel Deportivo’. En el fondo, aquel barullo parecía beneficiar al texto con una vaharada de vida real.

Hay una relación especular importante entre esa imposible mesa de trabajo, los ruidos, la radio, las voces de los hijos y sobrinos y la plural acumulación de datos que su mente ordenaba, entretejía y lograba que desvelaran una realidad compacta y nueva. José-Carlos ha trabajado y relacionado fuentes documentales originarias de capillas muy diversas: literatura, lengua, artes plásticas, política, arquitectura, urbanismo, historia, epistolarios, vida doméstica, comercio, industria … la biblioteca de casa da cuenta de lo que digo. De esa multiplicidad de conocimientos han salido trabajos que han modificado y, aun cambiado, el entendimiento de autores, etapas y hasta buena parte de la periodización de la literatura española contemporánea.

A este caos añadió otro sonoro y los domingos oía el Carrusel Deportivo, sin que los goles, patadas al esférico, los córneres y vociferantes iteraciones del locutor lo desconcentraran, lo más mínimo, de su trabajo.

Tal cantidad e intensidad de trabajo publicando, dando clases, cursos, conferencias, estancias en otras ciudades consultando archivos, exige horas, muchas horas de dedicación y renunciar a esos ratos de grata sociabilidad literaria y de tertulia que, lógicamente, no han cabido en su agenda laboral. Francisco Rico recordó, a propósito de José-Carlos, una definición que Gene Kelly dio de Fred Astaire: «Todos nosotros bailamos, Fred hace otra cosa». Rico concluyó su cálida y generosa intervención en el Homenaje de Jubilación en la Residencia de Estudiantes, afirmando: «Todos nosotros hacemos filología, Historia de la Literatura, José-Carlos Mainer hace otra cosa».

Lamentablemente, pese a sus fundadas razones, lo que José-Carlos no ha podido es convencer a la parroquia de que abandone el impertinente marbete de «generación del 98» para hablar del modernismo literario español… Nadie es perfecto.

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