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La belleza de Gallocanta y la sinfonía de las grullas de un sábado de noviembre

El pasado fin de semana turistas, fotógrafos y naturalistas se reunieron para asistir a la entrada espectacular de 32.000 aves en la laguna

Las grullas, cuando cae la noche, surcan un cielo rojizo con el sonido de su trompetería.
Las grullas, cuando cae la noche, surcan un cielo rojizo con el sonido de su trompetería.
Eduardo Viñuales Cobos.

La laguna de Gallocanta, situada en ese territorio fronterizo de Teruel y Zaragoza, es como un oasis en una tierra llana, rodeada de montañas, con escaso arbolado, que tiene la facultad de convertirse especialmente en noviembre en un auténtico espectáculo de la naturaleza con el vuelo sonoro de las grullas. Para el pasado sábado se había anunciado la llegada de  estas 32.000 aves, que buscan un refugio concreto y se quedan allí, en la orilla, en el agua, en las fincas roturadas y en el monte bajo. Ese espectáculo comienza ya al atardecer cuando los cielos, como si fueran un cuadro de Turner o de nuestro Ignacio Mayayo, empiezan a adquirir tonos de fuego, rojizos, rosáceos, y se prolongan durante más de una hora.

Esos celajes se convierten en el escenario por donde aparecen, en bandadas casi paralelas, las grullas, que pueden desplegar sus alas hasta una longitud de dos metros. El vuelo es especial y casi espectral: siguen un orden, abren ángulos entre las nubes, avanzan como siguiendo el ritual de líderes improvisados. Abajo, en el pueblo de Gallocanta, y en diversos lugares alrededor de la laguna, la gente hace guardia: fotógrafos, exploradores, naturalistas, ornitólogos, turistas de diversos lugares de España y del extranjero están ahí a la espera de esta increíble función de noche de la naturaleza y las aves.

Mariví Broto, profesora y actual consejera de Asuntos Sociales del Gobierno de Aragón, acaba de vivir esta experiencia con fascinación y perplejidad por primera vez. “Me lo habían contado muchas veces -dice a HERALDO.ES -. La realidad ha superado las expectativas. Atardece. En el oeste cielos anaranjados y rojizos con un brillo intenso. Sobre la laguna los tonos azules y rosados. Un paisaje hermoso preparado para la llegada de las grullas. Cruzan el cielo rápidas y ruidosas. Impresionan. Los fotógrafos preparan sus cámaras. Estoy tan asombrada que solo puedo mirar con curiosidad y disfrutar de la belleza que nos rodea”.

El cielo adquiere tonos especiales que hacen pensar en cuadros de Mayayo o Turner.
El cielo adquiere tonos especiales que hacen pensar en cuadros de Mayayo o Turner, y el sol se refleja en el espejo de oro de la laguna..
Roberto del Val.

Esa impresión es casi común, unánime a los que se han acercado a la laguna que se metamorfosea, a cualquier hora, en un inmenso espejo: se plata durante el día, de oro y fuego al alba y en el crepúsculo. Hay momentos en que el pueblo de Gallocanta enciende sus luces y el agua se llena de teas contra la tiniebla. “Para mí Gallocanta es como una reconexión con lo más profundo de la naturaleza, es como un viaje casi a un paisaje de la naturaleza salvaje africana: el ver tantos miles de animales que descansan con su vocingluerío, esas grullas que surcan el cielo con esas trompetas, y sobre todo ese decorado que es el horizonte de los colores rojos, que muchas parece infernal, de brasa ardiente”, señala el naturalista y fotógrafo Eduardo Viñuales, coautor del libro ‘La laguna de Gallocanta. El incesante espectáculo de lo natural’ (Institución ‘Fernando el Católico’, 2015) con el agente forestal Roberto del Val.

“Gallocanta recoge paciente los interminables bandos hasta formar enjambres que nublan el celaje otoñal, y hasta allí acudimos a presenciar la pulsión estridente de decenas de miles de aves en emigración, difícil de observar y disfrutar en pocos lugares del mundo”, afirma Del Val, que también acudió el sábado a Berrueco, Tornos y Gallocanta. “La emigración de las grullas que recorre y cruza nuestros pueblos y ciudades es el último latido de naturaleza salvaje que nos sacude, sorprende y emociona todavía. Nos anuncian con su llegada, como un calendario perpetuo, la proximidad del crudo y fiero invierno, y su marcha supone el despertar de la luz y la primavera”, considera el agente forestal y colaborador de HERALDO.

“La emigración de las grullas que recorre y cruza nuestros pueblos y ciudades es el último latido de naturaleza salvaje que nos sacude, sorprende y emociona todavía", dice Roberto del Val

Otro enamorado de la naturaleza como el escritor y antropólogo Severino Pallaruelo, que ha estado allí en varias ocasiones con su cámara de fotos y de vídeo y con sus cuadernos de campo, intenta explicar cuál es el magnetismo de Gallocanta. “Me sorprende, en primer lugar, el emplazamiento: llegues por donde llegues siempre has de subir y cuando ya estás arriba en lugar de alcanzar una cima o un páramo encuentras un gigantesco vaso como las manos que, medio abiertas, se juntan para formar un cuenco casi plano donde se recoge el agua -medita -. La sensación que siempre me ha parecido más fuerte es la de la amplitud: la lejanía de los horizontes, el gran espacio abierto, sin bosques, sin nada que estorbe para que la vista camine hacia lo lejos: solo media docena de árboles que adornan sin estorbar, dos o tres torres aguzadas y un par de castillos en oteros remotos forman el repujado marco para el espejo de la laguna”.

En uno de esos castillos, el de Berrueco, se contempla la laguna. Desde allí, entre peñascos y carrascas, con buenos prismáticos, se pueden ver algunos flamencos y una mancha negra de grullas. Y el especialista cita los canales de riego, la ubicación de los acuíferos, el lugar donde se hallan las ermitas, etc. Roberto del Val también reflexiona sobre esta contemplación desde la lejanía: “Uno llega a estos fríos y helados páramos, atraído por las grullas, y descubre emocionado horizontes infinitos, inabarcables, ocasos encendidos preñados de cielos imposibles, y cuando la noche lo oscurece todo, de la bóveda celeste cuelgan miríadas de estrellas y a lo lejos aparece una luna apenas esbozada entre las nubes”. Eso fue exactamente lo que ocurrió el sábado.

El momento decisivo empieza a labrarse hacia las seis de la tarde, cuando se aproxima la noche. La gente, forastera sobre todo, se ha dispuesto en los senderos y en la alargada ribera de “ese inmenso mar”, como dijo Érik, un niño de cuatro años, sobre peñascos. Los trípodes se orientan hacia el cielo de la laguna y en dirección opuesta: por los dos lugares entrarán de un momento a otros las grullas.

El espectáculo en calma de la laguna. El cielo se lleno de colores tamizados.
El espectáculo en calma de la laguna. El cielo se llena de colores tamizados: rosados, grises, azulencos, el rojo semblante de la tierra...
Eduardo Viñuales Cobos.

Severino Pallaruelo, que acaba de publicar ‘Un secreto y otros cuentos’ (Xordica), asistió a un auténtico deslumbramiento sin perder de vista su cámara. Confiesa: “¿Cómo cae la noche? Primero el oro en el agua; luego las policromías efímeras, perfiles morados, azules pálidos y grises, cielos de mármoles pulidos de sangre y brasas; las aves en su orden secreto, los menudos arañazos oscuros que rasgan el fuego entre lamentos. Luego, lo negro. Para abrirse paso las estrellas, piden silencio. Han callado las grullas”, dice como si resumiese en un poema o en un cuento el hechizo.

“¿Cómo cae la noche? Primero el oro en el agua; luego las policromías efímeras, perfiles morados, azules pálidos y grises, cielos de mármoles pulidos de sangre y brasas; las aves en su orden secreto, los menudos arañazos oscuros que rasgan el fuego entre lamentos", dice Severino Pallaruelo

Roberto del Val apunta: “El espectáculo de miles de aladas y trompeteras grullas sobrevolando por encima de nuestras cabezas, batiendo sus alas al unísono y el aire que las envuelve, producen un estremecimiento que te hace despertar el ánima salvaje que subyace en cada uno de nosotros y nos acerca a nuestro origen y sentido animal”, observa. Algo que corrobora también Eduardo Viñuales: “Gallocanta es el telón de fondo perfecto que, digamos, conecta lo más profundo de nuestro ser con la naturaleza que siempre hemos vivido y a la que nunca deberíamos darle la espalda”.

Tras ese período que emociona a todos, que tiene algo espiritual y de recogimiento (en general, por aquí y por allá se pide “silencio, silencio, por favor”), los fotógrafos repasan sus fotos, comprueban sus logros, esas manchas de negro sobre el amarillo, el rosáceo, el rojo o la nata del cielo, y comentan la partitura de las grullas. Ese graznido que bien podría haber inspirado a más de un músico contemporáneo.

Roberto del Val, X, Sara Ruiz, Érik, Mariví Broto, Severino Pallaruelo y Eduardo Viñuales Cobos.
Roberto del Val, Mari Carmen, Sara Ruiz, Érik, Mariví Broto, Severino Pallaruelo y Eduardo Viñuales regresaron a la laguna de Gallocanta con sus cámaras y sus libros el pasado sábado.
A. C. /Heraldo.

Los visitantes también se retiran con la inefable sensación de haber asistido a algo insólito. “Todo ha sucedido en poco rato: los que hemos venido para mirar y para escuchar a las que esperamos, envueltos en los colores del ocaso, las oímos primero y luego las vemos. De fuera a dentro: vienen. Llega la oscuridad. Nos vamos: de dentro a fuera por las laderas, filamentos de luces, nos desparramamos. Otra noche de hielo. Breve, el color y el ruido. Largo, lo oscuro y el silencio”, vuelve a resumir Severino Pallaruelo, que desliza otra percepción, confirmada por los viajeros, los fotógrafos y las familias: Gallocanta también es un lugar donde se sedimenta la amistad. “Parece que el afecto se concentra más, se hace más fino y denso, cuando se saborean juntos la música de las aves que se retiran, la soledad, la noche y, luego, el frío y el silencio”.

“Gallocanta es el telón de fondo perfecto que, digamos, conecta lo más profundo de nuestro ser con la naturaleza que siempre hemos vivido y a la que nunca deberíamos darle la espalda”, dice Eduardo Viñuales

De vuelta a casa, las cámaras están henchidas de imágenes y de sensaciones como el corazón, la piel y la imaginación. Hasta en los oídos sigue sonando una sinfonía de grullas que ya se ha hecho música del paisaje, latido de la noche, melodía de la luna y de la laguna.

Las grullas también entran en una dirección paralela a la laguna por un cielo lujoso de pintor.
Las grullas también entran en una dirección paralela a la laguna por un cielo lujoso de pintor.
Roberto del Val.
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