HISTORIA Y FILOSOFÍA. OCIO Y CULTURA

Adrien Bosc recorre las huellas de Simone Weil en Pina, Bujaraloz y las orillas del Ebro

La pensadora, admirada por Camus y Sender, es la protagonista absoluta de su novela 'La columna', y recuerda su accidente con aceite hirviendo

Simone Weil, con el fusil al hombro, en su foto más famosa de la Guerra Civil española. Esta es el motivo gráfico de portada de 'La Columna'.
Simone Weil, con el fusil al hombro, en su foto más famosa de la Guerra Civil española. Esta es el motivo gráfico de portada de 'La Columna'.
Archivo Tusquets.

ZARAGOZA. Simone Weil (París, 1909-Ashford, 1943) es una pensadora cuyo legado se ha incrementado con el paso del tiempo, aunque su rebeldía, su coraje y sus escritos impactaron en muchos autores como Georges Bernanos, al que le escribió una carta que llevaba encima a su muerte, casi una década después de recibirla, Albert Camus, T. S. Eliot o Ramón J. Sender, que le dedica muchas páginas en sus memorias, ‘Álbum de radiografías secretas’, pero también en clave de ficción en ‘Crónica del alba’: «Pero había también por allí una muchacha angelicalmente fea, muy culta, judía francesa que se llamaba Simone Weil y que dijo de Ramón: ‘Mon Dieu, qu’il est beau’. Y aunque era una muchacha de costumbres ascéticas que se situaba voluntariamente al margen de toda posibilidad voluptuosa, al enterarse Ramón se sintió muy feliz y anduvo algunos días como ebrio».

Estos días Tusquets ha publicado un libro breve pero enjundioso, ‘La columna’, de Adrien Bosc (Aviñón 1986), que se centra en las huellas de Simone Weil en el frente de Aragón, donde se unió al Grupo Internacional de la Columna de Durruti. El autor agrega algo más: recuerda la carta, ya citada, de dolor y desengaño que le envió a Bernanos, el autor de ‘Los cementerios bajo la luna’ y ‘Diario de un cura de aldea’, y a la vez cuenta la historia de otros milicianos que apoyaron a la II República, pero que también militaron en la Falange o en el carlismo. En el libro aparecen muy pronto noticias sobre «el asedio de Zaragoza» que le llegan a esa joven de apenas 27 años, que fuma cigarrillos Gauloises, cambia de tren en Perpiñán con dirección a Portbou, y entra en un país en guerra.

En busca de Joaquín Maurín

Ya en Barcelona se entera de distintas incidencias bélicas: «En Aragón, Zaragoza cayó en manos de los carlistas y los requetés». Y Adrien Bosc escribe: «Entonces Franco, que no era más que un pequeño general que se conformaba con un cómodo destino de verdugo, empezó a soñar con la dictadura y, de paso, con el botín que se cobraría, y empezó a preparar órdenes de transferencias de dinero y nacionalizaciones a su nombre».

Poco después entra en acción otro aragonés: Joaquín Maurín, el fundador del POUM en medio de líneas nacionales, que había desaparecido. La joven filósofa se ofreció «para introducirme en la zona franquista y averiguar si Maurín está vivo o muerto, y si está vivo, intentar rescatarlo». Gorkin, secretario internacional del partido y director de ‘La Batalla’, le dijo: «No voy a asumir la responsabilidad de encomendarte esa misión. Hay un noventa por ciento de posibilidades que que te sacrifiques inútilmente».

Poco después, conoce a Ridel y Carpentier, dos brigadistas inseparable que practicaban el comunismo libertario, con los que viajaría «en un Ford negro sin capota». «Interrumpiéndose el uno al otro», contaban el viaje que había hecho y cómo habían entrado en Pina, donde «circulaban historias extrañísimas (...): que se comían a los recién nacidos, que eran demonios con pañuelo rojo, enardecidos, apestados».

A Simone, «le dieron por todo uniforme un mono de mecánico, un par de alpargatas, un pañuelo rojo y negro y un gorro de los mismos colores». Con sus amigos, el 14 de agosto de 1936, alcanzó el cuartel general de Durruti en Bujaraloz, y se hizo pasar por periodista; en el camión del final del convoy vio y oyó sus mensajes. Algo más: «… le enseñaron a manejar un fusil: ella se llevó el arma al hombro torpemente y, cuando disparó, salió despedida hacia atrás casi un metro y la bala se elevó hacia el cielo».

Poco después, mientras se preparaba una ofensiva, Simone quiso participar. Dijo que no «había venido a España de turista ni como observadora, sino para combatir, y que daría la talla. El escritor documenta todas las acciones minuciosamente, y recuerda que Simone «conseguía irritar a los delegados porque cuestionaba las estrategias». Especialmente el alemán Hans. La columna de Durruti resistió un bombardeo (de alrededor de 150 obuses), y debió de ser «al salir de su escondite, sin recordar el fuego que ardía en el hoyo, metió el pie en la enorme sartén con aceite hirviendo. Cayó cuan larga era, gritando de dolor». Hans la cogió en brazos y le pidió que se callase. 

Sus amigos la evacuaron y la llevaron al hospital de Sitges. Empezaba otra historia. En su diario hablaba de esto, de personajes que conoció y de algunas reticencias.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión