verano. leyendas y personajes

José Antonio Labordeta, vida de un solitario que cantó a la multitud

Gaizka Urresti y Paula Labordeta estrenan el 15 de septiembre, en el Palafox, el documental íntimo y familiar sobre el cantante, escritor y político

José Antonio Labordeta pasó muchos años en el aula como profesor de historia.
José Antonio Labordeta pasó muchos años en el aula como profesor de historia.
José Miguel Marco.

Este mes que se inicia, septiembre de 2022, doce años después de su sentida muerte, podría ser el de José Antonio Labordeta (Zaragoza, 1935-2010), cofundador de ‘Andalán’ con su ‘hermano menor’ Eloy Fernández Clemente, que se recupera de un ictus para poder celebrar, con sosiego, el primer medio siglo de la revista ‘Andalán’ (1972-1987). Puede dar la sensación de que lo sabemos casi todo del ‘Abuelo’, como lo bautizó Julia López Madrazo. 

Fue un niño que veía el Mercado Central como si fuera un puerto de mar, que se internaba con sus amigos hacia los corredores ocultos del Ebro y que veneraba a su hermano Miguel, sociable al principio, solitario y enamoradizo a todas horas, y después casi un anacoreta que se retiraba a leer sus poetas chinos favoritos. Entre los amigos entrañables de José Antonio estaban siempre Emilio Gastón, un poeta social, celeste y cazador de nubes filosóficas, y por supuesto Fernando Ferreró, casi el lugarteniente de su noviazgo con Juana de Grandes.

En Teruel, con Eloy y tantos otros, entre ellos Carmen Magallón, Eduardo Valdivia, Federico Jiménez Losantos y Joaquín Carbonell –que volvió a Teruel para cantar, presumir de grandes noches de hotel y playa con francesas y suecas, y enamorar a la poeta Pilar Navarrete–, José Antonio se hizo un poco de todo: profesor, maestro de teatro con José Luis Sanchís Sinisterra y cantautor. Nadie como él, que a veces se extraviaba hacia el Javalambre y Cantavieja, para vislumbrar el alma turolense, la soledad de los viejos, la nostalgia hirsuta por los hijos que partían hacia la emigración. 

Allí aquel joven profesor se convirtió en otro, y al regresar a Zaragoza, con un puñado de canciones, bastantes libros, una voz de trueno y denuncia y una melancolía ancestral, se transformó en un mito de la música popular y de la política. Sin tomarse muy en serio jamás –fue siempre un hombre que dudó hasta de la sombra de su mostacho–, se sumó a un sinfín de faenas dentro de una faena esencial: colaborar con otros para que Aragón, histórico y legendario, cuna de paisajes y de hombre ilustres, ilustrados e iluminados, recuperase su identidad.

Labordeta se reinventó, se entendió con los jóvenes como Félix Romeo y con sus amigos entrañables (citaré a Gonzalo Borrás, maestro del mudéjar), y triunfó en la televisión, en las plazas donde sonaban sus himnos y en el Parlamento. Trabajaba más que nadie. Ahora, Gaizka Urresti y su hija Paula Labordeta, y con ellos los libretistas Ángela Labordeta y Miguel Mena, han hecho el documental ‘Labordeta, un hombre sin más’, donde se ven su condición humana, la balada de la incertidumbre, la soledad de un hombre amado por las multitudes. La obra nos deja un mensaje claro: «Labordeta, tu huella es única, coral e indeleble».

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