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Maruja Mallo, la pintora que siempre buscó la libertad


​La Fundación Azcona coordina el 'Catálogo razonado de óleos' de la pintora gallega de la Generación del 27, culta, cosmopolita e iconoclasta

Maruja Mallo rodeada de sus grandes creaciones.
Una de las obras más fascinantes de Maruja Mallo: 'Verbena', 1927.
Archivo HA.

Maruja Mallo (Viveiro, 1902-Madrid, 1995) es carne de leyenda. Es una de las ‘sinsombrero’, una artista de la Generación del 27; durante años su personalidad ha estado vinculada a la desmesura: el poeta Ildefonso-Manuel Gil recordaba su audacia y su determinación para ganar competiciones de insultos, tacos y blasfemias, ya era famosa su irrupción en bici en una misa de domingo y era capaz de otras muchas rarezas.

Nacida en 1902, Ana María Gómez González daría siempre muestras de ingenio, osadía, mucha imaginación y una sensibilidad a prueba de balas. No tardaría en empezar a pintar a sus numerosos hermanos, y en Madrid frecuentaría a un montón de amigos que empezaban a ser célebres. Siempre reconoció el magisterio de Benjamín Palencia y la Escuela de Vallecas, y se iría incorporando a las corrientes de vanguardia, al surrealismo y a la estela del brillante Salvador Dalí, «mitad ángel, mitad marisco». No tardaría, maravillosamente dotada para el dibujo, en mostrar su talento, su inspiración, la vastedad de sus asuntos y su gusto por la vida alegre, como sucede con sus ‘verbenas’ de 1927.

Maruja Mallo fue durante varios años la compañera del poeta Rafael Alberti, abducido más tarde por la poeta y novelista María Teresa León, a la que se le llamó «la mujer más bella de Madrid». Alberti no fue muy generoso con Maruja Mallo en sus memorias, aunque inadvertida no pasaba para nadie. Era feminista y libre, resuelta y desafiante, antes de que se teorizase sin tapujos sobre ella.

Para Lorca fue «la imaginación»; para Ramón Gómez de la Serna era sinónimo de «alegría». Hija de agente de aduanas –fue como dijo Antonio Bonet Calderón–, «sabia y locuaz», un tanto imprevisible y capaz de dar una conferencia en Santander en 1981 sobre surrealismo a partir de sus notas redactadas en letras mayúsculas. Tenía cierta inclinación a travestirse o a fingirse musa de las aguas, sirena o alga marina.

Hace pocos meses se presentaba en Madrid el ‘Catálogo razonado de sus óleos’, de casi 500 páginas, y es todo un gozo para la vista porque Maruja Mallo sufrió el problema de la falsificación. Este libro, de generoso formato e impecable reproducción, recorre el grueso de su obras, desde los retratos familiares, las copias de Francisco Goya con apenas 20 años, su atracción por los deportes, en particular el tenis y el ciclismo. La poeta y deportista, Concha Méndez, que fue novia de Luis Buñuel durante más de un lustro y luego esposa del poeta y tipógrafo Manuel Altolaguirre, le posaba para muchos de sus retratos y para la composición de figuras como ‘La ciclista’ o ‘Elementos de deporte’.

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Maruja Mallo en su estudio con su personal obra.
Archivo HA / V. M.

Casi a la vez, en un auténtico torbellino de color, pinta las fiestas y verbenas, como hacía entre nosotros Ramón Acín, piezas llenas de encanto y de figuras, de belleza formal y de tensión cromática, que contrastan con la apuesta por el blanco y el hueso de ‘Española con abanico’.

Poco después, tras asimilar su mundo marino (a veces hace pensar en Urbano Lugrís, el gran pintor gallego del mar) y la orientación campesina, dará un giro hacia piezas más sobrias y de alcance antropológico, una constante en su obra, como dice Antonio Bonet como ‘Huellas y esqueletos’, ‘Fósiles’, ‘Arquitecturas’, etc. Luego, en esa línea de depuración estilística, compone algunas de sus piezas más conocidas como ‘Sorpresa del trigo’, ‘Naturaleza humana’, ‘Estrella de mar’ o ‘El canto de las espigas’.

Con la Guerra Civil se exiliará en Buenos Aires, y vivirá en la ciudad, y también viajará a Uruguay y a Chile, donde se reencontrará, en Isla Negra, con su gran amigo Pablo Neruda, y donde contará con el apoyo del músico Raúl González Tuñón. Antes del 36, fue amante ocasional de Miguel Hernández: ella lo consolaba de sus problemas afectuosos con su futura mujer Josefina Manresa (que darían lugar a ‘El rayo que no cesa’) y lo inició en el erotismo.

Ya en el exilio, Maruja Mallo expondría en París y en Nueva York con gran éxito, lo cual le valió un homenaje en Buenos Aires en 1948. Allí siguió haciendo su obra y en España puede decirse que cayó en el olvido. Con todo, en el ‘Catálogo razonado de sus óleos’, de 147 piezas y 40 bocetos, su galerista más entusiasta Guillermo de Osma la sitúa a la altura de Frida Kahlo, Georgia O’Keeffe, Remedios Varo y, podríamos añadir, Ángeles Santos.

Regresó a España en 1977 y poco a poco, gracias Osma, a Juan Manuel Bonet, a Quico Rivas e incluso a Andy Warhol (con quien se hizo una foto), se recuperaría su figura, que inspiró magníficos reportajes de Manuel Vicent, novelas y exposiciones. Eso, sí, siempre aparecía envuelta en ideas descabelladas: se decía que esta mujer, amiga del disfraz, iba al café Gijón con su abrigo de pieles y debajo no llevaba nada. Le gustaba escandalizar.

LA FICHA

'Maruja Mallo. Catálogo razonado de sus óleos'. Guillermo de Osma, Juan Pérez de Ayala y Antonio Gómez. Fundación Azcona y otros. Madrid, 2021. 500 páginas.

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