Álvaro Urquijo: "Lo importante es la música que hicimos, no las sustancias que nos metimos"

"Con la muerte de mi hermano Enrique se inventaron una historia, hasta se habló de jeringuillas cuando él llevaba un año limpio», dice el compositor y cantante.

El cantante Álvaro Urquijo
El cantante Álvaro Urquijo
Marta Pich

Tiene 17 primos en Bilbao y un piso en Licenciado Poza "que era de mis abuelos y acabamos de vender". Es probablemente el tío al que mejor le queda una gorra al revés y lo sabe... "Tengo la frente muy Urquijo, muy grande, y eso evita que me haga cara de paleto", bromea. A sus 59 años, y tras 40 de "mucho tute", Álvaro Urquijo homenajea a su hermano Enrique con 'Desde que no nos vemos', un disco en directo repleto de colaboraciones. Y a la vez publica un libro 'Siempre hay un precio', donde desgrana "la historia jamás contada de Los Secretos".

¿Se acabaron los secretos, los ha desvelado todos?

Imposible, en 40 años han pasado tantas cosas... Doy unas líneas generales de mis recuerdos. Estaba un poco harto de que siempre que me hacían una entrevista me hablaran de lo mismo, buscando titulares. Ahora he decidido dar todos los titulares juntitos. Hay mucha deformación del recuerdo.

Se refiere a la muerte de su hermano Enrique, presentada como la de un yonqui muerto en un portal por sobredosis.

Exactamente. Porque no fue así. Se inventaron una historia. Decían que si se le veía por Malasaña, hasta se habló de jeringuillas... Enrique cuando murió llevaba un año limpio. Y no murió por sobredosis de heroína, sino por una mezcla de fármacos. Yo tardé dos meses y medio en enterarme. Me sentía tan enfadado que estuve un año sin hablar con la prensa.

¿Y por qué ha esperado hasta ahora para aclararlo?

Por respeto a mis padres, que ahora ya no están. Y porque mi hija y mi sobrina eran pequeñas y no quería que en el colegio les dijeran que si tu padre esto o lo otro...

¿Usted también fue adicto a alguna droga?

De muy joven, pero por muy poco tiempo, porque le vi enseguida los cuernos al toro y lo dejé. Con veinte años ya estaba desintoxicado de la tontería que pudiera haberme metido en aquella época en la que el que no se metía parecía que era idiota.

Siempre hay un precio. ¿El suyo ha sido demasiado alto?

En realidad, me siento un privilegiado, querido por mis compañeros y por el público. He pagado un precio, sí, pero en cuarenta años de carrera a quién no se le ha muerto algún familiar o amigo...

Bueno, en su caso, fueron dos muertes muy prematuras. ¿Se siente un superviviente?

Más bien, un afortunado por poder dedicarme a prolongar la leyenda de mi hermano, limpiar el nombre de Enrique, poner el de Los Secretos donde tenía que estar, generar derechos para mi sobrina, a la que adoro como a una hija. Creo que es más importante la música que hicimos que las sustancias que nos metimos. Tanto Enrique como yo siempre preferimos ser pobres y estar orgullosos de lo que hacíamos a estar pendientes de las listas de ventas.

¿Le ha costado muchos años de terapia digerir todo eso?

No me avergüenzo de nada. En varias ocasiones de mi vida, tres en concreto, he ido a un psicólogo para superar inseguridades y digerir lo que me estaba pasando. Tengo amigos que ojalá asumieran que tienen un problema.

¿Qué cambiaría si pudiera volver atrás?

Si tuviera una máquina del tiempo me presentaría en el local de ensayo de Los Secretos de jóvenes y les diría cuatro cosas: «Chicos, no firméis esto, y esto otro ni tocarlo...». En la charla que me daría a mí mismo de joven me diría: "Oye, Álvaro, tío, que esto es muy peligroso, estas sustancias no las pruebes. Y cuidado con los managers, que te van a intentar tangar, porque tú eres una fuente de ingresos para mucha gente y tu talento va a servir para que estos te lo chupen". Porque para las discográficas multinacionales, afincadas muchas de ellas en paraísos fiscales, solo somos números, rendimientos.

 ¿Y a su hija qué consejos le da?

Tengo la inmensa suerte de que mi hija es muy inteligente, una persona sensata que a sus 19 años parece mayor de lo que es. Tiene una forma de razonar que a mi mujer y a mí nos deja muy sorprendidos. Yo a su edad era un tonto, un iluso, un inocente y un descerebrado. Pero eran otros tiempos, mi padre casi me da un bofetón cuando se enteró de que me había comprado un amplificador que costaba más que su coche.

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