El arte sin miedo de los locos años veinte

El Guggenheim reúne 300 objetos de esa década del pasado siglo que revolucionó la manera de vivir, de crear y de mirar.

Exposición en el Guggenheim Bilbao
Exposición en el Guggenheim Bilbao
Vocento

Después de la Primera Guerra Mundial y de la pandemia denominada 'gripe española', el arte aprovechó la fotografía y el cine y los hizo suyos; los dibujos de algunos expresionistas se convirtieron en mordaces caricaturas; el desmadre llegó al cabaret de Berlín; la explosión de la arquitectura y la moda tomaron altura intelectual; y la inflación en Alemania o en Austria dejaba los billetes sin valor de un día para otro y alimentaba el germen del nazismo.

'Los locos años veinte', título de la nueva exposición del Guggenheim, fueron locos de muchas maneras. Salvo la económica y la política, que apenas aparecen como tales, todas las demás están desarrolladas a través de 300 objetos, escénicamente dispuestos por Calixto Bieito, director del Teatro Arriaga de Bilbao.

El escenógrafo juega con el color de las paredes de las salas -el negro del trauma de la posguerra y el rojo sexual del cabaret- y con las sorpresas en cada una de ellas. Un perfume evoca el olor de aquellos tiempos en su vertiente sofisticada, el sonido del charlestón envuelve al visitante, un reservado despliega imágenes eróticas y un escenario anima a tocar y cantar. Toda una invitación a la vida intensa, también a las frases rotundas -"el arte tiene que disgustar", del periodista y agitador Karl Kraus- que aparecen en un mural con tipografías propias de la década.

El recorrido tiene un trazado temático y, en él, las obras de entonces dialogan con las de artistas contemporáneos como Thomas Rüff, el más recurrente. En el primer espacio se sale del trauma con ganas de pasarlo bien. "Nunca hubo una época tan ávida de espectáculo como la nuestra (.) Este fanatismo, esta necesidad de distracción a cualquier precio, son la reacción necesaria contra esta vida que llevamos, dura y llena de privaciones", escribió Fernand Léger, que abre la exposición con sus pinturas y una de sus películas, una relación entre las imágenes fijas y en movimiento que se repite en buena parte de las salas.

Una de las obras expuestas
Una de las obras expuestas
Vocento

En la cita de Léger se adivina el paralelismo entre aquellos veinte y estos del siglo XXI, que el Guggenheim establece con las debidas precauciones. Entonces la mujer aspiraba a conquistar derechos y a su reconocimiento, como ahora.

También la foto y el cine de vanguardia -hoy el vídeo- ampliaron su terreno artístico. Cada uno de estos temas tiene su sala correspondiente. La revolución de la moda, el empuje de la arquitectura y el diseño, las nuevas percepciones sobre el cuerpo a través de la danza y sobre la legitimidad del deseo, encarnada en la sensualidad abierta de la bailarina Josephine Baker, ordenan el trayecto temático en sucesivas paradas.

Comisariada por Cathérine Hug de la Kunsthaus de Zúrich y Petra Joos del Guggenheim, y patrocinada por BBK, la exposición refleja "una década de progreso, de afán de vivir y de innovar", según el director general del museo, Juan Ignacio Vidarte. La muestra se centra en el ambiente cultural y artístico de Berlín, París, Viena y Zúrich, puntos de confluencia de artistas y diseñadores de toda Europa, que ya habían perdido el miedo y se lanzaban al vértigo de la vida urbana, según señaló Hug.

El consumo y el voto

La estética cambió y aquellos diseños de sillas -como la 'Wassily' de Marcel Breuer, que se incluye en el recorrido- permanecen tras haber sido recuperados y masificados en los años cincuenta. Las formas de producir en cadena elevaron el nivel de vida y se dieron los primeros pasos hacia el consumo o consumismo tal y como hoy se conocen. Las mujeres tuvieron que trabajar en las fábricas mientras los hombres se mataban en el frente. Supieron lo que suponía llevar a casa el sueldo y reclamaron derechos como el voto.

Por la exposición desfilan los artistas como George Grosz y Otto Dix, que siempre pinchan al espectador con sus imágenes; escultores como Brancusi; fotógrafos como Man Ray y Moholy-Nagy; arquitectos como Le Corbusier, grandes nombres que se juntan con otros menos conocidos pero no menos interesantes. Darles el espacio que se merecen es una de las muchas virtudes de esta exposición compleja, llena de sorpresas, exigente y divertida.

"Un gran paisaje con distintas atmósferas y energías"

Calixto Bieito ha captado la "exuberancia del momento", los años veinte, según Juan Ignacio Vidarte. Ha propuesto una escenografía para la exposición que además de evocar el ambiente de la época conduce al espectador hacia experiencias inusuales en relación con lo que está viendo. En una de las salas ha habilitado un rincón negro en el que se proyecta una película sobre el techo. Solo se puede ver sentado o, mejor, tumbado. Es solo un detalle. "No es una escenografía nostálgica. Hay colores que nunca había visto en una exposición. Es como un gran paisaje, un gran poema que te lleva a sitios que quizá no conozcas o no sepas si van a gustarte", explicó Bieito, profundo conocedor de la cultura centroeuropea de ese periodo y director residente del Teatro de Basilea (Suiza), además del Teatro Arriaga de Bilbao.

Después de visitar la exposición a la Kuntshaus de Zúrich, donde ha estado previamente, se propuso crear para el Guggenheim "algo vivo, que no fuera una reproducción museística de lo que ya se estaba planteando". "Por eso quise hacer una dramaturgia a través de los espacios, como un pintor que cubre un lienzo con distintas atmósferas y energías. El objetivo consiste en estimular la imaginación". La iluminación de la muestra, un despliegue de oficio y audacia, es la propia del que ha firmado cientos de escenografías. Cada tema tiene la suya propia. Otro detalle a no perderse.

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