MÚSICA. 'ARTES & lETRAS'

Mujeres y divas: una historia de Elvira de Hidalgo y Maria Callas

"Además de darme su valiosa enseñanza, esta mujer me dio también su corazón", dijo la gran soprano de su maestra, nacida en Valderrobres

Elvira de Hidalgo y Maria Callas.
La maestra y su discipula: dos sopranos con historia, Elvira de Hidalgo y Maria Callas.
Museo de Valderrobres.

En 1957, la Callas concedió una larga entrevista a la periodista Anita Pensotti, para la revista italiana Oggi, en ella habló por extenso de su vida, realizó sabrosas confidencias y rindió sincero homenaje a su maestra, la soprano nacida en Valderrobres, Elvira de Hidalgo: “Es a esta artista a la que con un corazón emocionado, dedicado y agradecido, debo toda mi preparación y mi formación artística como actriz y músico. Además de darme su valiosa enseñanza, esta mujer me dio también su corazón.”

Maria Callas: “Es a esta artista a la que con un corazón emocionado, dedicado y agradecido, debo toda mi preparación y mi formación artística como actriz y músico”

Elvira y Maria, maestra y discípula, trabajaron sin descanso para ser divas, alcanzar la inmortalidad y habitar en el Olimpo del canto exige múltiples sacrificios, el primero y principal es el de trascender su condición de mujeres, debieron pues abandonar a Elvira Juana Rodríguez Roglán y a Anna Maria Sophia Cecilia Kalongerophoulos, para convertirse en De Hidalgo y la Callas.

La Divina, el mito operístico por excelencia de la segunda mitad del siglo XX, no fue un milagro, es cierto que la naturaleza la había dotado de una voz privilegiada, pero para llegar a ser una verdadera diva necesitó trabajarla con intensidad durante años con absoluta entrega y múltiples renuncias, en esta dura tarea de formación resultó decisiva Elvira de Hidalgo, que consiguió recuperar con ella un tipo vocal extinguido desde hacía décadas: la soprano 'sfogato', aquella que restablecía la unidad perdida de esta cuerda, adaptando y flexibilizando su emisión a las necesidades propias de cada partitura, capaz de cantar todo tipo de óperas, desde las de coloratura hasta las puramente dramáticas.

Desde el primer momento, Elvira y Maria se reconocieron en los numerosos paralelismos vitales de sus respectivas biografías, muchos de los cuales no fueron sino el reflejo especular de una en otra: sus padres fueron emigrantes, los de Elvira a Barcelona, los de Maria a Estados Unidos; no se les dio una formación reglada, fueron autodidactas en la escuela de la vida con lúcidas inteligencias; no venían de familias con tradición musical, pero sí tuvieron progenitores interesados en esta formación, que vieron en la educación de su voces una rentable inversión de futuro; fueron niñas prodigio con precoces presencias escénicas a los dieciséis años; las dos fueron temperamentales y de fuertes caracteres mediterráneos; aficionadas a la cocina, coleccionaron recetas y gustaron de la buena mesa; hicieron de la moda y la elegancia un sello personal de distinción; las dos volcaron sus frustrados anhelos de maternidad sobre sus respectivos perritos, Elvira en Gigi, su adorado terrier, Maria en Toy -más tarde sobre los caniches Pixie y Djedda-, a los que trataron como si fueran auténticos hijos; las dos se casaron con hombres mayores para tener esposos-padres o maridos-empresarios y progresar: Elvira consiguió su anhelado marquesado y acabar con la impostura que llevaba representando (con su nombre artístico, más sonoro y sencillo, homenajeaba a su abuela paterna, y le añadió inteligentemente esa preposición de, no con la pretensión de indicar un lugar de procedencia, sino el de aureolar el apellido con un título nobiliario inexistente, el de marquesa de Hidalgo) con Gean Guido Zambelli Dalla Rosa, y Maria triunfar en Italia de la mano de Giovanni Battista Meneghini, pero en ningún caso les salió bien la apuesta, el carácter posesivo y los celos del primero y la voracidad crematística del segundo a punto estuvieron de terminar con sus carreras.

Hay más paralelismos: insistieron en el amor con sendos multimillonarios como Armand Bette, caballero de la Legión de Honor y secretario que fuera del primer ministro francés Clemenceu, importante empresario y director del Teatro de Ostende y del de Cannes, y el armador Aristóteles Onassis, que se saldaron con nuevos fracasos. De Hidalgo se refugió en Grecia y en la enseñanza, la Callas dejó la profesión y los restos de su naufragio arribaron en la isla de soledad de su apartamento de la avenida George-Mandel de París. Una madura De Hidalgo aún viviría una nueva aventura amorosa con un joven barítono griego de tres al cuarto, compañero de Maria, que le rompió el corazón y la llevó a Ankara buscando distancia y olvido.

Elvira de Hidalgo y Maria Callas.
Elvira de Hidalgo que cantó en medio mundo, en una imagen de juventud.
Library of Congress.

La magnitud del magisterio de Hidalgo sobre la Callas ha mantenido oculta bajo su frondosidad su impresionante trayectoria artística, con importantes triunfos en papeles de soprano ligera (Reina de la Noche, en 'La flauta mágica', o Philine, en 'Mignon' ) o lírico-ligera (Amina, en 'La sonámbula', o las donizettianas, Norina, de 'Don Pasquale', Marie, de 'La hija del regimiento' o 'Lucia', de la ópera de homónimo título), pero, en especial, en el de Rosina, la pizpireta protagonista de la popular obra de Rossini, 'El Barbero de Sevilla', que interpretó junto a los Almavivas más reconocidos del primer tercio del siglo XX (Smirnoff, Bonci, Schipa, Lauri-Volpi, etc.), Fígaros (Galeffi, Stracciari, Ruffo, etc.), Basilios (Chaliapin, Didur, Journet, De Angelis, etc.) o Bartolos (Antonio Pini-Corsi); qué decir de sus Gildas con los mejores Rigolettos (Battistini, Amato, Campanari, Stracciari, Montesanto) y Duques de Mantua (Caruso, Fleta, Lázaro, Gigli…), siempre sobre los escenarios de los teatros de mayor prestigio, el Metropolitan, Coven Garden, Ópera de París, Scala, Colón, Costanzi, San Carlo, Liceo, Real de Madrid y un largo etcétera, en los que fue dirigida por batutas de leyenda como Mascagni, Beecham, Toscanini o Serafin, estos últimos tan importantes y decisivos en la carrera de la Callas.

Elvira de Hidalgo compartió mesa y mantel con presidentes, príncipes y duques; la agasajaron zares y reyes; la pretendieron el Agha Khan y un Romanov; fue amiga de Anna Páulova, Loïe Fuller…

De Hidalgo seguramente no fue la mejor cantante de su época, pero sí una de las más destacadas. Nació aragonesa, tuvo una educación catalana, salero andaluz (el de su padre) y temperamento español; conquistó el corazón de belgas y franceses, cantó con éxito en los teatros imperiales rusos, nórdicos, británicos, norteamericanos e hispanoamericanos, triunfó en Italia, la adoraron en Cuba y fue una institución en Grecia y Turquía. Compartió mesa y mantel con presidentes, príncipes y duques; la agasajaron zares y reyes; la pretendieron el Agha Khan y un Romanov; fue amiga de Anna Páulova, Loïe Fuller…

De Hidalgo no fue una maestra al uso, enseñaba empíricamente desde sus propias habilidades interiorizadas desde niña cuando fue educada en la técnica del bel canto por el maestro Melchor Vidal y puestas en práctica como 'prima donna' con las últimas grandes voces de esa escuela, Bonci, Battistini, Navarrini…, pero también con las mejores de los nuevos gustos veristas, empezando por el gran Caruso y siguiendo por los inigualables Ruffo o Chaliapin. Por eso sus grandes logros solo se produjeron cuando tenía delante estudiantes con un excepcional talento natural, capaces de reproducir miméticamente, por imitación, su forma de entender e interpretar el canto: Constantino Ego, Giorgio Kokolios-Bardy, Silvana Bocchino, Zoe Vlachopoulos, Ana María Iriarte, María Dolores Ripollés, Lluís Andreu, María Uriz y… claro está, Maria Callas.

Elvira de Hidalgo y Maria Callas.
La soprano y maestra de canto Elvira de Hidalgo, en una imagen de madurez.
Archivo Heraldo.

De Hidalgo no se limitó a educar su voz, le explicó también la importancia de la puesta en escena y la necesidad de dotar de sentido artístico y dramático a los personajes; a ser elegante, dentro y fuera del escenario (“Una diva, además de cantar e interpretar, tiene que ser una diosa en la vida cotidiana”), la puso en manos de su hermano Luis y de Biki Milán para que la convirtieran en la Audrey Hepburn de la ópera, en la mujer más elegante del año 57 y, lo más importante, como reconocería la Callas, no solo les enseñó a cantar, “sino a que cantáramos mejor que nadie. Esa es la diferencia entre buenos profesores y grandes profesores: los buenos profesores sacan el máximo partido de las capacidades de un alumno: los grandes profesores son capaces de prever sus metas. Elvira de Hidalgo vio que yo cantaría mejor Bellini y Donizetti, en parte porque su música me atraía. Así que me orientó hacia ellos”.

Llegó incluso a ser su consejera sentimental y se lo advirtió: “Ese hombre no te conviene, come la ensalada con las manos”, pero el corazón no atiende a razones... Y la nave va, se arrojaron sus cenizas al Egeo dejando tras de sí una estela de polvo de estrellas y una rosa con su nombre florece todas las primaveras en el Parque Bagatelle de París.

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